martes, 20 de marzo de 2018

Si preguntas por mis días...

5.45. La alarma del celular suena y despierta a media casa. Generalmente tardo unos dos o tres intentos en silenciarla. Si hace frío, tardo más, porque la pantalla del celular no reacciona ante el calor de mis dedos. Me explico. Estos provocan un cambio de temperatura tan repentino que la pantalla se empaña, lo cual dificulta el funcionamiento del touch. Durante nuestros primeros días aquí esto era un verdadero fastidio. La alarma suena a esta hora de miércoles a lunes. Solo el martes tengo el placer culposo de levantarme tarde -en promedio, a las 8am-, ya que este es mi día libre en la panadería.

Un nuevo día en la panadería
5.46 - 6.00. Tras desembarazarme de la o las cobijas -dependiendo de la estación-, voy por mi cepillada de dientes matutina. Trato de hacer la menor cantidad de ruido posible, pero por lo general tumbo un banquito, el celular, varios platos y una silla. Hago shhhh, como si con eso fuera a solucionar algo, y sigo mi camino. Tardo poco tiempo en el baño. Al entrar, saludo y acaricio a la aturdida Nina, que suele dormir junto al lavamanos. Me mira con reproche, por interrumpir su plácido sueño, y se deja acariciar. Me miro al espejo, evalúo qué tanto me faltó por dormir para reponerme, y sigo con mi rutina. De aquí paso a la habitación nuevamente. Pongo una almohada sobre la cara de Ronny -no, no es un intento de asesinato; trato de evitar el encandilamiento que ya le produje a la coneja- y enciendo la luz. Invariablemente, me visto de la siguiente manera, con pequeños cambios de temporada: ropa interior -boxer, medias-, primera capa térmica -si la temperatura está a 10° o menos-, jean o mono, zapatos, franela -o polera, como le dicen aquí-, suéter, parca, abrigo o cortavientos -dependiendo de la temperatura, humedad y viento-, pasamontañas, bandana de neopreno para el cuello o bufanda -depende de cómo me vaya, si a pie, en bicicleta o en colectivo-, y guantes. Luego de todo esto, recuerdo que soy cegato, y me pongo mis lentes.

Inmediatamente, preparo mi bolso. Ahí va mi ropa para trabajar en la panadería -pantalón, franela, gorro, medias, todo blanco. Y un delantal. Negro-. Reviso que la tablet tenga carga, al igual que los audífonos. Estos son muy importantes. El trayecto hasta la panadería es sumamente tedioso sin música. Para terminar, meto llaves, celular y una manzana en el bolsillo exterior. Esto es una tontería, porque igual tengo que volver a sacar las llaves para salir de la casa.

Los Ángeles, Biobío
https://www.google.co.ve/maps/@-37.4689281,-72.3592735,14z
6.01 - 6.25. Entre quince y veinte minutos tardo en llegar de mi casa a la panadería. Son dieciocho cuadras, algunas más largas que otras. Al menos seis de esas cuadras las recorro en ciclovías. El resto, compartiendo la vía con otros vehículos de motor. Dependiendo de la época del año, el trayecto puede ser en la más negra y cerrada madrugada o con el albor del amanecer traspasando la cordillera. De todas maneras, nunca estoy realmente a oscuras; el alumbrado de las calles funciona perfectamente. Durante este recorrido mi playlist avanza entre cinco o seis canciones. No se ven muchos carros o peatones a esta hora. Solo algunos perros y trabajadores madrugadores.

6.30 - 11.30. Este es mi primer turno en la panadería. La mañana suele transcurrir con tranquilidad, rutinaria. Mi compañero y yo surtimos el aparador con hallullas, marraquetas, amasados, bocados de dama, copihues y dobladitas. Todos, panes chilenos, por supuesto. Posiblemente te suenen muy raro. Pero son realmente buenos. Un dato curioso: Chile es el segundo país más consumidor de pan del mundo. Así que el trabajo realmente nunca nos falta. Dependiendo de la temporada, puede ser mayor la cantidad de producción que se nos exija. Me parece algo sumamente curioso que la venta se incremente con la disminución de la temperatura. No miento. Y si llueve, prácticamente se triplica la exigencia. Noto que la idiosincracia del chileno implica desear más el consumo de un pan calentito cuando el clima es inclemente. Acompañado de un té o un café.

Marraquetas, en primer plano.
Al fondo, panes de chicharrón
Además de pan, hacemos masa de empanada. En Venezuela la llamaríamos masa de pastelitos. Este proceso me parece el más trabajoso de la mañana. Esta masa se hace con una sencilla mezcla de harina, manteca, sal y agua caliente. La masa debe quedar menos hidratada que la de las hallullas o marraquetas. Esto dificulta un poco su manipulación, pero es importante para obtener la firmeza necesaria para elaborar empanadas. En más de una ocasión nos hemos topado con una iracunda cocinera que nos recrimina haber dejado la masa muy blanda. Mea culpa. Esta masa se pasa por la sobadora, primero formando largas planchas de un centímetro de espesor, y luego pasando esta, en secciones más cortas, hasta obtener largas láminas sumamente delgadas. Estas láminas se amontonan, con abundante harina espolvoreada entre ellas, y luego se corta con moldes circulares. Quitamos el excedente y apilamos los discos en torrecitas de veinte unidades. Estas masas se meten en bolsas plásticas, se guardan en bandejas plásticas y se refrigeran hasta que las cocineras la requieren para hacer empanadas. En este punto suplico que imaginen la empanada en su versión chilena, con los bordes doblados en ángulos y cocidas en horno, y no aquellas empanadas doradas y fritas que hacemos con harina de maíz en nuestra región tropical. Son una delicia, ambas. Estas empanadas generalmente se rellenan con pino -un guiso de carne similar al de la hallaca- y, como mencione, se hacen horneadas. También hay una variedad frita, que se rellena con queso, champiñones, camarones, pollo o más pino. A estas las llamaríamos pastelitos. Una delicia, también.

Bocado de dama
11.30 - 15.15. Este periodo es mi descanso. Regreso a casa luego de terminar el primer turno, y tras haberme aseado del montón de harina que cubre mi persona. Regreso en bicicleta, bus o colectivo, dependiendo de lo que tenga que hacer, o del clima. Si llueve mucho, por ejemplo, prefiero dejar la bicicleta en la panadería y recuperarla en la tarde. Otro caso es cuando tengo que hacer algo en el centro: algún trámite, envío, ir a alguna tienda, verme con Ronny o pasar a dejar algún pedido de empanadas para nuestra amiga Lorena. A esta hora el tráfico ya está bien movido. Sin embargo, no he tenido inconveniente alguno con los otros compañeros de vía. La gente suele ser muy respetuosa por la señalización y las normas de tránsito. Algunos vehículos respetan la reglas del metro y medio de espacio con respecto al ciclista que circula por el hombrillo. Es ahí cuando uno reconoce a un ciclista al volante. Sin embargo, he notado un mal hábito de ciertos peatones, que es caminar sobre la ciclovía. Algunas veces he tenido que detenerme porque alguna imprudente señora considera que la ciclovía es el lugar ideal para pasear a su "guagüita" en coche. Por mi cortesía innata que casi raya en la pendejez, procuro no decirles nada. Me limito a adelantarlos rápidamente apenas tengo la oportunidad. Ronny ya les hubiera mentado a su señora progenitora en repetidas ocasiones.

Calle Colo Colo, parte de mi recorrido diario
Mi ruta de regreso es, casi invariablemente: Av. Padre Hurtado, Colo Colo, Ercilla, Tucapel, Colón, Orompello, Villagrán. Y listo, en casa. Aquí puede estar o no Ronny esperándome para almorzar. Dependiendo de si tiene guardia en su trabajo. Durante este rato solemos tomar "colación", ver algunos capítulos de las series que seguimos -The Big Bang Theory, Games of Thrones, Los Simpsons, Strangers Things-. También juego League of Legends, si tengo tiempo -soy SirDan1992 en LAN, por cierto-. Leo alguna revista -Muy Interesante o National Geographic-, o algún libro -actualmente, solo Stephen King-. También tomo alguna siesta de una hora, si da tiempo. Mi alarma vuelve a sonar a las 15.15 y me preparo para partir. Según el día, a esta hora salgo para mi segundo turno de la panadería -lunes, jueves y viernes- o para ir al gimnasio -miércoles y sábado-. El domingo no hay segundo turno, ya que trabajo solo medio día.

16.00 - 19.00 o 17.30 - 20.30. Este segundo turno en la panadería es variable, según el día. Si me toca entrar a las 16.00, preparo las primeras hallullas, amasados, marraquetas, y esa maravilla hipercalórica que es el pan de chicharrón. A nuestros ojos, sería más un pan de pernil. Es una cosa del otro mundo. Pero un corazón sano no soportaría su consumo diario. Cuando llega mi compañero, ya casi todo mi trabajo está hecho. Aprovecho y hago una breve pausa para tomar once. "Tomar once" es una expresión que se utiliza para referirse a la merienda, aunque esto no es del todo exacto. Lo veo más como una "pre-cena", ya que a veces puede ser un simple té con galletas o bien algún pan con cecina, queso más un jugo. Incluso he llegado a comer pizza con la excusa de que es un "once", antes de la cena. Cosas de Chile. Que genialidad.

Gimnasio Iron Fitness
Luego de este segundo turno, si salgo a las 19.00, me dirijo al gimnasio. Este está a medio camino entre la panadería y mi casa. A veces entreno solo, a veces con Ronny, a veces con un amigo llamado Marcelo. He logrado convertir el entrenamiento en un hábito cotidiano. Eso es todo un éxito en mi "to do list". Mi mayor reto fue comenzar. Eso lo logré gracias a Ronny, y a mi buena amiga Nazaret, que sentó un precedente siendo mi primera compañera de gym por allá en el 2015. Lo demás ha sido relativamente sencillo. Y sí he sentido los resultados. Aunado a una nutrición cuidadosa -es increíble como hemos logrado sacar el refresco y las galletas de nuestros días- me siento mucho mejor, físicamente. Al fin he podido poner en sintonía a mi renuente cuerpo con los otros dos habitantes de mi ser. De vehículo oxidado ha pasado a ser un genuino templo para la conservación de mi paz mental.

Ocasional cena en Papa Jhon's
20.30 - 23.00. Mis días terminan con una cena y algún entretenimiento frugal. Al caer la tarde, me pongo al día con mis redes sociales, converso con amigos, con mi familia, mi papá y hermanos. En algunas ocasiones comemos fuera: algún completo italiano -un perro caliente con tomate, palta y mayonesa-, uno que otro churrasco, una pizza en Papa Jhon´s -porque las demás que hemos probado nos han decepcionado-, o bien, sushi, que aquí se vende, casi literalmente, en cada esquina. Nos ha sorprendido, y causado una enorme gracia, que el sushi se venda en pizzerías, locales de comida china y hasta en puestos callejeros en el centro. A diferencia del marco de comida lujosa y exótica que tenía en Venezuela, aquí es mucho más cotidiano, menos sorprendente. Su sabor depende de quien lo prepare. Hasta el momento, el de un local llamado Yoshi Sushi ha sido nuestro favorito. Lo admito, mi favorito. Ronny prefiere un restaurante chino-japonés de la Av. Alemania.

Solemos ver muchos tops en Youtube, listas de Watchmojo, más capítulos de las series que seguimos o una que otra película, muy ocasionalmente. A las once ya no puedo más con mi alma y caigo dormido como una piedra. Nos distraemos, sencillamente, para que la nostalgia no encuentre lugar donde arrimarse en nuestros días. Sin embargo, nunca olvidamos de donde venimos, lo que somos y a quienes amamos. Somos venezolanos, inmigrantes, profesionales, y esta es nuestra nueva vida.

Proximamente seguiré publicando entradas sobre el estilo de vida en el sur de Chile. Cada día descubro algo nuevo, y mi renacida capacidad de asombro me empuja a compartir mis experiencias con mis valientes lectores.

Hasta la próxima clase.

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