domingo, 3 de diciembre de 2017

Noventa días - Parte III: Mi agridulce primer empleo

La siguiente parte de mi anécdota es escabrosa. Lamentablemente, tendré que ser objetivo en mi narración. Procederé al estilo Pocaterra, sin rectificar ni sacrificar; narrar únicamente. Con la única excepción de cambiar el nombre de las personas involucradas. Para hacerlo un poco más impersonal, pues realmente me cuesta rememorar esas semanas medio amargas.


Plaza Rebolledo, Av. Ricardo Vicuña
Conseguí mi primer empleo a mediados del mes de junio, como lo mencioné en la entrada anterior. Lo conseguí en un local de comida rápida en la Av. Ricardo Vicuña. Allí me desempeñaría como vendedor. Al menos eso creí al principio. En realidad, mis funciones iban desde acomodar todo el local al abrir, hasta llevar la contabilidad del negocio del señor, que a fines narrativos llamaremos Don Nosferatu. Aquella fría mañana de junio recibí las primeras instrucciones de Don Nosferatu, las cuales procuré seguir y memorizar lo más fielmente posible: que si la posición de las sillas, las mesas y las sombrillas -sombrillas en pleno invierno, por Dios-, que si el etiquetado de los productos -galletas, refrescos, chocolates-, que si promocionar los "excepcionales" combos del local -todos con sobreprecio. Era común que Don Nosferatu consiguiera errores en todo lo que yo hiciera, por más que me esforzara. Según entendí por sus reiterados comentarios, el don ya había trabajado con inmigrantes, y estos le habían resultado decepcionantes. Con esto en mente, me propuse cambiar su perspectiva con mi buen trabajo -modestia aparte- y mis hábitos profesionales. Sin embargo, con el paso de los días, y luego de las semanas, supe que no había nada que hacer. Estaba lidiando con un perverso jefe explotador, megalómano y mitómano, cubierto bajo el falso manto de un cristiano de mucha fe, que apenas podía disimular su altos niveles racismo, misoginia y xenofobia. Menciono la misoginia por el modo en que trataba a mi única compañera de trabajo, a quien dedicaré unas buenas líneas más adelante. Don Nesferatu fue una prueba de fuego para mí, que jamás había tenido la mala suerte de laborar bajo la tiranía de un déspota, que ni a la altura del sucio de la suela de los zapatos de mis tres jefes anteriores -una dueña de librería y dos directores, ambos excepcionalmente profesionales- podía aspirar a llegar. No exagero, lectores míos. No son licencias poéticas. Fueron dos meses de amargas experiencias, que tuvieron que transcurrir como prueba, penitencia o fatum, no lo sé, pero que fueron superadas y me permiten, desde mi memoria, agradecer cada día en mi nuevo empleo.

¿Y por qué duré tantas semanas trabajando para Don Nosferatu? En primera instancia, porque era una entrada de dinero. Y sí, yo agradecía cada vez que podía ese aspecto de mi vida laboral. Don Nosferatu me pagaba $10000 diarios, la primera semana, y luego $11000 diarios, hasta el último día. Trabajaba de lunes a viernes, desde las 10.00 hasta las 20.00. Diez horas diarias. Diez horas en teoría, pues nunca salíamos puntualmente. En más de una ocasión Ronny, indignado, me vio llegar a las 21.00, o un poco más. Estas diez horas eran continuas, sin espacio de almuerzo -o colación, como dicen por aquí. Comíamos en los momentos que pudiéramos considerar libres. Sin embargo, aunque injustas eran las condiciones en que laboraba, yo agradecía el dinero que nos permitía pagar nuestro arriendo, la comida y los pocos gastos varios que nos permitíamos. En segundo lugar, permanecía allí porque Don Nosferatu me había prometido un contrato, tras un mes de prueba. De más está decir que ese contrato jamás llegó, a pesar de mi insistencia. Busqué el modelo, lo redacté, revisé el Código del Trabajo chileno, se lo di en varias ocasiones en su mano, pero nada pasó. En este punto admito que nunca fui lo suficientemente firme en mi exigencia. Me apegaba a argumentos racionales, como el hecho de que estaba trabajando con visa de turista, lo cual es ilegal, o que mis días sellados estaban corriendo inexorablemente a su final, pero nada minaba la cara de tabla del don. Ronny me reprochaba mi falta de carácter, y razón no le faltaba. Dejé pasar lo impensable, que los problemas de mi trabajo entraran en mi casa, y se sucedieron muchas noches de tristeza. Yo seguía trabajando para Don Nosferatu, con sus abusos y sus falsas promesas de contrato, viendo como cada día se acercaba más la fecha tope, el fatídico 23 de agosto marcado a fuego en mi mente, y no me atrevía a reclamar mis derechos, por no creerme poseedor o digno de ellos, sin atreverme a renunciar y a buscar nuevas opciones. En otras palabras, me quedé allí dos meses porque se me estaba haciendo cómodo y me estaba conformando a vivir con la miseria, el miedo y los atropellos.


Invierno. Laguna La Esmeralda
Pero hubo alguien que me dio un apoyo vital. Mi compañera de trabajo, a quien llamaré Minerva. Solo ella conocía tanto como yo lo que se vivía en ese local. Ella es testigo fiel y vivo de lo que pasaba allí, de nuestros intentos mutuos de mantener viva nuestra fuente de ingresos, a pesar de la húmeda presencia de Don Nosferatu. Creo, ahora, que ella sufrió más atropellos que yo. Pero a diferencia de mí, Minerva no se quedaba con la palabra en la boca. Ella sí le decía lo suyo al don. Le reclamaba lo justo y lo necesario. Con cuanto regocijo recuerdo ahora ese "viejo de mierda" que le espetó en nuestro último día de trabajo, aquel martes lluvioso de agosto. Al principio, me ayudó a identificar los productos -yo que en mi vida había visto un Chocman, una Tritón o un Suny-, me enseñó muchas expresiones comunes de los chilenos -de esto hablaré largo y tendido en otra entrada-, y, cuando notó mi muda desesperación por la cercanía de la fecha tope de mis noventa días, me dio palabras de consuelo y esperanza, además de ese épico "viejo de mierda", que puso punto final a un periodo oscuro, pero finito. Te agradezco, Minerva, con todo mi corazón, haber sido mi primera amiga en Chile, y espero que por cada frío día que tuvimos que trabajar allí tengas muchos años de cálida felicidad.

Fue, justamente, ese último altercado con Don Nosferatu, la bofetada que necesitaba. Para hacerla corta, pasó algo que llevaba días pasando. Que nos habíamos quedado sin suministros a la mitad de un pedido. ¿Cómo se preparan dos churrascos gigantes sin carne, dígame usted? Fue eso lo que le preguntamos al don, que ni se inmutaba ante nuestra desesperación, pero igual nos exigía "levantar las ventas de su local, que se lo teníamos destruido". Minerva no pudo más ante tal "cara de tablismo", y agarrando sus cosas y disculpándose sinceramente conmigo, abandonó el local, a las 14.30, aproximadamente. El don no la vio irse, pues había salido refunfuñado a comprar la susodicha carne. Para cuando volvió, yo ya tenía me renuncia en los labios. Apenas si me dejó a hablar. Estalló en improperios ante la ausencia de Minerva, y me pintó castillos y unicornios para que no me fuera. Media hora después, yo ya estaba a media ciudad de distancia, atravesando la lluvia y enfrentando nuevamente el desempleo, pero con una paz dentro de mí que no había sentido en semanas. Fue como quitarme el guardapelo maldito de Tom Riddle, y notar otra vez el calor volviendo a mí.

The baker
Esa misma tarde fui a una panadería ubicaba en la Av. Sor Vicenta, por un anuncio de periódico que me habían pasado. Pero no era para mí. Ya el empleo estaba tomado. De todas maneras, como le dije a Minerva entre risas, hubiera sido un nuevo record haber tenido un periodo de desempleo de apenas una hora. Sin embargo, tuve que esperar poco para dar con una oferta laboral. El jueves de esa misma semana, caminando bajo la lluvia, atravesé toda la Colo Colo y llegué hasta la Av. Padre Hurtado, a una entrevista en una panadería, recomendado por la hermana de una amiga que habíamos conocido durante nuestras primeras semanas. Allí recibí una oportunidad. Un amabilísimo señor, Don Amadís, me ofrecía un puesto de panadero. Me daba dos semanas para aprender, un día de prueba, y un contrato a tiempo indefinido si superaba ese periodo. No necesitaba más. En menos de una semana, ya podía hacer hallullas, amasados y pan de chicharrón por mi cuenta. Me tomó más dominar la masa de empanadas, el hojaldre y los copihues. Pero para cuando llegó mi día de trabajar solo, sin mi instructor, los resultados fueron satisfactorios. Y lo demás es presente. Aquí sigo, mejorando cada día, entendiendo el curioso arte de los panes, aprendiendo a amar mi nuevo oficio.


En la siguiente entrada entraré en un tema más útil, derivado de la obtención de mi primer contrato laboral: el proceso del visado. Por ahora, me despido. ¿Tienes dudas? Pues comienza a comentar.

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martes, 14 de noviembre de 2017

Noventa días. Parte II: Buscando trabajo

Mi proceso de búsqueda de trabajo comenzó el día viernes 26 de mayo del 2017. Salimos de casa de mi primo, muriendo de frío, en una mañana que no superaba los 8º. Lo primero que hicimos fue actualizar nuestros CV, ya que en Chile estos deben ser más sencillos, con la información esencial de contacto, sin tanta parafernalia. Incluso nos sorprendió saber que colocar una foto era algo inusual por estos lares. Comenzamos en un ciber ubicado en la calle Colo Colo con Valdivia, frente al icónico -y único- McDonald´s de la ciudad de Los Ángeles. Allí simplificamos nuestros CV e imprimimos unos treinta cada uno. ¿Por qué tantos? Pues para aumentar las posibilidades de éxito.

A repartir CV
Es bien conocido que en Chile necesitas una visa de trabajo para poder laborar legalmente. Para poder tramitar esta visa es necesario un contrato o una propuesta laboral -esta última solo válida para profesionales con título universitario apostillado. Pero nadie te va a contratar si no tienes RUT o al menos una visa en trámite. Entonces, ¿cómo hace uno? Pareciera un círculo vicioso sin salida. ¿Cómo se procede? Pues más o menos de la siguiente manera. Advertencia, esto no es un proceso categórico e infalible; es solamente un relato del modo en que procedimos, según ciertas recomendaciones que nos dieron.

Para comenzar, uno debe optar a algún trabajo temporal, sin contrato, e incluso, de paga diaria. Esto es porque para un empleador chileno, es una responsabilidad muy grande contratar a alguien, especialmente un extranjero, sin conocer sus hábitos laborales y personales. Un trabajo temporal, como vendedor, bodeguero, limpiador, entra otros, permite dar a conocer tus habilidades y destrezas, además de tu personalidad. Esto sería como un periodo de prueba, en el que si das una buena impresión de tu carácter laboral, y con un poco de suerte, puedes salir contratado por el empleador, o al menos recomendado para laborar en otra empresa o negocio. Una vez contratado, uno puede dirigirse a la Oficina de Migración y Extranjería más cercana, con el contrato notariado, y comenzar el trámite de la visa.

Es importante que este trámite inicie antes de culminar los primeros noventa días en el país. Sino, se tiene que solicitar una prórroga en la oficina más cercana de la PDI, y pagar una cierta cantidad. 

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Modelo de RUT chileno
Nosotros comenzamos a repartir CV ese mismo día. En cualquier tipo de local, negocio o tienda, sin fijarnos en si buscaban o no personal. Por primera vez en mi vida, me enfrentaba a este tipo de proceso de búsqueda de empleo. Yo solo había trabajado dando clases en dos liceos, cuyo proceso de búsqueda se limitó a una llamada telefónica un día, una entrevista el siguiente, e iniciar actividades al tercer día. Ahora tenía la novísima tarea de ofrecer mis servicios en cualquier área: como vendedor, cajero, almacenista, personal de mantención -o mantenimiento, en Venezuela-, guardia de seguridad, entre otros muchos oficios. En el 75% de los casos, solo nos recibían el CV con un cortés interés. En unos pocos casos, diría el 20%, nos preguntaban por oficios anteriores, por si teníamos visa o RUT, o disponibilidad de tiempo y traslado. Estos casos nos llenaban de esperanza. Un 5% nos rechazaba de pleno el CV, por varias razones -falta de RUT, suficiente personal, no estaban interesados. Estos últimos, aunque pocos, eran duros golpes a nuestra moral, ya tambaleante.

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Plaza de Armas de Los Ángeles
Cubrimos casi todo el centro de Los Ángeles los primeros dos días. Caminamos y caminamos, por calles y avenidas desconocidas, con el frío metiéndosenos por cada resquicio del cuerpo. El domingo -el tercer día de nuestra llegada a la ciudad- tomamos un "descanso". Por la simple razón de que ningún negocio estaba abierto. En este punto, el consejo general era "no desesperen", "el trabajo puede tardar", "esperen con paciencia que los llamen", pero resulta que en una situación así es muy fácil perder la esperanza. Sobre todo cuando pasaban los días y nadie llamaba, solo nos limitábamos a seguir en nuestra repartición de CV, cada vez más escasos, en cada vez menos lugares. Asistimos a varias entrevistas, incluso llegamos a ir a la ciudad de Concepción -a unas tres horas de acá- por una llamada. Fuimos al sótano de un hospital. A tiendas. A hoteles. A funerarias -no es broma. Pero no pasaba nada. Ya llevábamos una semana buscando, y nada pasaba. No nos preocupaba tanto la falta de dinero, pues teníamos una base que podría durarnos varias semanas. Nos preocupaba el correr de los días, ver como de noventa pasábamos a ochenta, luego a setenta, y así, hasta que tarde o temprano el último grano de arena cayese sobre nosotros y nos dejara completamente fuera de base. Sin vergüenza admito en este punto que pasamos muchas tardes y noches de llanto ahogado y silencioso, acompañándonos el uno al otro, o solos en alguna para mientras el otro iba a alguna entrevista. Llorábamos por la desesperación, por la falta de oportunidades. Llorábamos por la lejanía de todo lo que conocíamos y nos daba seguridad. Lloramos mucho, ante lo desconocido y la incertidumbre que nos oprimía el pecho al cerrar cada día.

Al cabo de dos semanas, llegó un destello de luz. Un señor, con antecedentes de trabajar con extranjeros, tenía una vacante para trabajar. Ambos nos dirigimos a su local en la Av. Ricardo Vicuña. Solo me llamó a mí. Eso ocurrió el lunes 5 de junio. Esa misma mañana, recibí el adiestramiento de todas mis funciones en el local de comida rápida. Pensé que solo sería el cajero, pero tenía que hacer de todo, desde disponer las mesas y sillas del local por las mañanas, hasta llevar la contabilidad diaria del negocio, pasando por el aseo y limpieza diario. Era un trabajo sin contrato, de paga diaria, pero me servía para un doble propósito: comenzar a ganar dinero, en lugar de agotar nuestras reservas, y tener la oportunidad de un contrato.

Pocos días después, Ronny también consiguió un empleo temporal en una tienda del centro. Así, de la noche a la mañana, nuestras plegarias fueron oídas. Este proceso de búsqueda de trabajo pareció más un asunto de suerte y fe que otra cosa. Pero apenas era el comienzo. Lloramos una o dos veces más, por agradecimiento y nostalgia, pero ya sin esa asfixiante sensación de pavor que nos llegaba con cada atardecer. Solo Dios sabía lo que habíamos pasado, y lo que aún faltaba por pasar. A nosotros nos llevó tres semanas dar con un empleo. Otros tardan meses en conseguirlo. Algunos, lo consiguen al día de llegar. Esta fue nuestra experiencia. Y sé que muchos pasaron por algo similar, o ignoran lo que se siente la búsqueda implacable durante los primeros días. ¿Tú que opinas? Déjame tus comentarios y preguntas, y yo te responderé. Más adelante, seguiré relatando las agridulces experiencias que me dejó este primer empleo, y mi llegada al oficio de panadero que satisface mis días actualmente.

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martes, 7 de noviembre de 2017

Noventa días - Parte I: El clima

Al cruzar la frontera chilena, todo inmigrante legal recibe una boleta expedida por la PDI (Policía De Investigaciones). En ella aparecen tus datos personales -nombre, número de pasaporte, oficio- y además, tus datos como inmigrante. Entre estos, el más importante, tu tiempo de estadía como turista, si entraste bajo esta etiqueta. Poco para algunos, mucho para otros, este tiempo se limita a noventa días. La cifra que enmarca el inicio de la nueva vida de un inmigrante en Chile.

Desde que se te entrega este famoso "ticket de la PDI", tienes noventa días para estabilizar tu situación en el país, si es tu intención establecerte laboral, académica o domésticamente. Hay que comenzar desde cero. Adaptarse al clima, a las normas, a los regionalismos. Adaptarse, sencillamente. La regla de oro de quien deja su patria y decide radicarse en cualquier otro país es muy simple: Adáptate al entorno; no esperes que este se adapte a ti. Nada de "pero en mi país se hace de otra manera", nada de "ay, que feo habla esta gente", nada de "yo lo hago así porque siempre lo he hecho así". Eres tú el nuevo en el lugar, que se ha desarrollado de una manera única por mucho tiempo. Tú te integras a este nuevo lugar aprendiendo, aceptando y practicando sus normas y modos de proceder. Para nosotros, los venezolanos, implicará entender, en el caso chileno, que la ciudadanía no es una característica opcional para moverse por las calles. Es una obligación. Y si eres de los que tenían colgada al cuello la "viveza criolla" como un mantra cotidiano, me temo que el proceso de adaptación te costará más.

A continuación, haré un breve resumen de mi experiencia durante mis primeros noventa días en Chile, específicamente, en la ciudad de Los Ángeles, región del Biobío, más a manera anecdótica que pedagógica. Comenzando por...

El clima

Aunque parezca superfluo este punto, la verdad es que fue el clima el primer reto que tuvimos que enfrentar. Desde que pasamos por la oficina de la PDI en el puesto fronterizo de Chungará, en la región de Arica y Parinacota, el frío se hizo presente. Recuerdo, en este punto, que nosotros llegamos el 23 de mayo, es decir, en pleno otoño. En esta temporada ya comienza a sentirse el frío. Un frío que ningún venezolano habrá experimentado en su país, ni siquiera en Mérida o Táchira. Al descender del bus, en Chungará, la temperatura rondaba los 4º.  Esta baja del termómetro se debía a la época del año, la altitud de la cordillera andina y la hora del día. Cuando pasamos la frontera, ya casi caía la noche. Era alrededor de las 18.00. Nuestras chaquetas y suéteres, guantes y pasamontañas quedaron minimizados ante la tarea que tenían por delante. Apenas si nos protegían del frío. Aquella noche en el bus fue una noche helada, pero nada que ver con lo que nos esperaba más adelante.

Las más de 24 horas que tardó el trayecto entre Arica y Parinacota y Biobío fueron muy frías. Atravesamos un desierto con vaho saliendo de nuestras bocas. El terminal de buses de Santiago parecía una nevera gigantesca. Pero todo eso quedó como poca cosa al llegar la noche del jueves 25 de mayo. Llegamos al terminal de buses de Los Ángeles, alrededor de las 19.00, con una espesa niebla rodeándonos. La temperatura debía estar entre los 5º y los 7º celsius. Nos calentamos como pudimos, primero en el taxi que nos llevó hasta la casa de mi primo, y luego en la sala de su casa. Aun recuerdo nuestra primera noche como la noche más fría que jamás haya vivido, tratando de dormir con la ropa inadecuada entre cobijas que resultaban insuficientes para la gelidez que nos envolvía. Mucho nos costó llegar a dormir, y a cada rato nos despertábamos entre temblores y revuelos de sábanas. Al llegar la madrugada, la temperatura seguía bajando. Estábamos bajo el cero. Y no había el menor indicio de que mejorara.

Con todos los suéteres puestos
Ese día supimos que el clima sería nuestro primer obstáculo a vencer. Salir a buscar empleo en esas condiciones eran tan desmoralizador como ineficaz. Al abandonar la casa de mi primo, rumbo al centro, alrededor de las 10.00, nos sorprendimos de ver charcos escarchados en el callejón, el césped congelado frente a las casas y un sol pálido fracasando en su intento de calentar este rincón de la tierra. Y lo mejor de todo, era que este apenas era el otoño. El invierno distaba a varias semanas de llegar. El panorama perfecto de Ned Stark.

Mi recomendación para los futuros viajeros sería que evitaran desplazarse durante los meses de otoño e invierno, es decir, entre abril y septiembre. Es cuando la temperatura más inclemente se mostrará. La época ideal es entre primavera y verano -de septiembre a marzo. Si no les queda otra que viajar durante las estaciones más frías del año, es importante conseguir rápidamente, o traer de antemano, vestimenta polar, es decir, que esté recubierta internamente de tela polar, que es sumamente eficaz para mantener el calor corporal. Uno o dos polerones térmicos, bufandas gruesas, pasamontañas de lana, guantes, calcetines gruesos y ropa interior térmica son prendas indispensables. Las botas y zapatos cerrados son la mejor opción. Nada de Converse o calzado de tela. Los pies son los primeros en sufrir con el clima. Unos pies helados son un castigo difícil de imaginar viniendo de un país tropical.

Algo importante a considerar es durante esta época es común usar de tres a cuatro capas de ropa. Entre la ropa interior y la ropa usual se debe utilizar una capa de ropa térmica. Una calza ajustada y una polera térmica manga larga garantizan un abrigo durante el día. Y también durante la noche. En este punto cuento, con algo de vergüenza, que llegué a utilizar el único conjunto de ropa térmica que pude pagarme durante esos primeros días hasta siete días seguidos. Día y noche. Solo me la quitaba para ducharme. Por supuesto, no emitía ninguna pestilencia -hasta cierta distancia- pero solo sintiendo el frío que llegué a sentir podrían entenderme.

Para nosotros, los tropicales, para quienes la ducha representa un momento refrescante del día a día, es raro pensar que alguien pueda pasar varios días sin bañarse. Pero es así. Sí ocurre. Sobre todo cuando el agua caliente es limitada, o se acaba el gas a la mitad del baño. Yo llegué a pasar varios días así. Sí, lo admito. Y conocí a una señora que se enorgullecía de declararnos que llevaba una semana sin bañarse. Si bien antes podíamos haber salido corriendo de su presencia, no pudimos más que entenderla y compadecerla entonces. Todo lo relacionado con el trato con agua se vuelve una pesadilla. Desde lavarse los dientes hasta lavar los platos sucios. Y si hay un momento que pone a prueba el temple de cualquier inmigrante recién llegado, es el momento de posar las nalgas sobre ese bloque de hielo al que solíamos llamar poceta. Durante todo el invierno, ese es el acto más temido del día.

Para dormir, es importante usar un edredón grueso más uno o dos cobertores térmicos. Además, una colcha para calentar los pies. El uso de la estufa es algo nuevo para uno también. Este aparatito, tan extraño al principio, se convierte en nuestro mejor amigo. Rápidamente, la necesidad hace que la estufa se vuelva tan familiar como lo fue alguna vez el budare y el rastrillo.

Durante mis primeros noventa días, me dio tiempo de adaptarme a la nueva realidad meteorológica. Actualmente, un día de 12º es un buen día. Estar pendiente del reporte del tiempo es un hábito diario. Solo así uno sabe si salir o no con paraguas, porque mojarse con la lluvia definitivamente no es una opción; si llevar un polerón, porque andar con los brazos descubiertos en una tarde venteada es de lo peor; si es posible salir con la cabeza descubierta o tapado hasta las orejas con una bufanda. Es una realidad tan conocida y a la vez tan exótica, que uno no puede sino sonreír con indulgencia cuando todos hablan con terror de un verano próximo que promete 30º.

Continuaré próximamente con un punto más importante: la búsqueda de empleo.

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domingo, 9 de julio de 2017

A propósito de la Promo XXII de la UECAVB

Una de mis metas no logradas aún como profesor es asistir al acto de grado de un grupo de bachilleres recién salidos del horno académico. Es curioso que en estos frescos y rozagantes cuatro años de ejercicio docente no haya tenido la oportunidad. Aproximándose la fecha de graduación de un grupo de estudiantes muy especial, no puedo evitar recalentar este pensamiento servido en anteriores ocasiones, y que me carcome un poco la conciencia. Me refiero, claro está, a los bachilleres de la Promoción XXII de la Unidad Educativa Coronel (B) Adolfo Valbuena Bravo, que por estos nacientes días de julio aspiran por primera vez las brisas de la libertad educativa.

Libertad ¿en qué sentido? No me refiero a la libertad de quien ha estado oprimido por mucho tiempo por las exigencias escolares, aunque algunos así lo conciban. Hablo de la libertad de elección que lamentablemente nuestro sistema educativo niega a quienes transitan por las aulas de Venezuela. La libertad de seguir un camino propio, descubriendo cualidades, explotando virtudes, curando dificultades. Aprender es un placer; “ver clases”, no tanto. Y vaya que pueden llegar a distanciarse estos conceptos. Es para mí una pena ver como avanza el siglo XXI y nuestra educación sigue atascada en la fase mecanicista e industrializada que marcó el inicio de la educación moderna, por allá en el siglo XIX. Es para mí una pena haber sido formado y luego seguir formando al más puro estilo Henry Ford, como en una cadena de producción, manipulando un producto que debe ser entregado puntualmente a la sociedad, con alguno que otro sobresaliente, un inevitable grupo de insuficientes, y una vastedad de seres a medio formar.

Pero no todo está perdido. Somos sobrevivientes. Nuestros agudos sentidos juveniles, nuestra sangre caliente del trópico y nuestro eterno anhelo de libertad sobreviven a la factoría educativa, y se vuelven tierra fértil para sembrar un presente más notable, más puro, más humano. Aquí tienen frente a ustedes la libertad de elegir su propio camino. Caminante no hay camino, se hace camino al andar, dijo el poeta Antonio  Machado. Es ahora cuando comienzan realmente a caminar. Se acabó el prólogo. Ya tienen una maleta llena de instrumentos y herramientas. Elijan una senda, con el corazón en la mano, y síganla. Sigan a su artista interior, a su deportista interior, a su científico interior. Pero siempre con sinceridad y humildad. Nada de complacer las necesidades de otros, ni siquiera de sus padres. Si realmente sembraron algo en esas cabezas suyas durante todos estos años de educación, entonces ellos podrán estar tranquilos de que sus hijos elegirán por su propia cuenta una carrera adecuada a sus capacidades y deseos. Vayan, muchachos míos, vayan y siéntense a estudiar bajo la sombra del árbol que más quieran. Vayan a demostrar que su voz merece ser escuchada.

Sé que todos ustedes tienen algo que decir. Desde el más tímido hasta el más salido. Cuarenta nombres, ignorados por el mundo, aparecen hoy como menudas lucecitas en medio de un caos constelado. Brillen fuerte, tanto que la claridad de sus acciones lleguen hasta mis días en los confines australes de la tierra. Quiero escuchar sus voces, afinadas por las olas del mar, el aliento de la sierra y el temblor de la tierra viva. Quiero que esos cuarenta nombres representen una idea elevada, y que no solo sean significante hueco y vacío, sino significado perdurable y trascendente. Porque tengo fe de que así será. Yo creo en ustedes.

Y no es una fe injustificada. Tengo basamento y marco teórico. Yo los vi muchas mañanas, en momentos de alegría, y en tiempos de gran angustia. Yo escuché, desde mi escritorio, haciendo como que no los oía, sus penas y sus victorias. Supe de sus desvelos y sus regocijos. Vi de cerca la soledad de algunos y la camaradería de otros. En tantos amaneceres compartí su sufrimiento, su hastío y su anhelo. Yo leí las exquisiteces textuales de unos cuantos y me reí tantas tardes con los intentos apurados de quienes trataban de encontrar la relación entre cuervos, cisnes y ruiseñores. Por mí pasó su manera de pensar, como la criba de un buscador de pepitas de oro. Desde mi mesa notaba su interés, o la falta del mismo, contemplaba sus sueños, y su sueño también –sí, lo digo por ti, el que llevó en una ocasión una almohada al salón-. Todo eso que ocasionó regaños y reproches, se convertirá tarde o temprano en memorias de travesuras infantiles, para compartir en una madrugada estrellada años después. Yo vi como descubrían los primeros pasos de la madurez, enamorándose, odiándose, afianzando amistades y rompiendo lazos. Porque la vida es así, llena de toda clase de sabores y olores. Qué amarga sería una eterna existencia llena de solo gozo. ¿Cómo podríamos reconocer el día si lo noche no existiera? Todos los libros que leímos y leyeron apuntan siempre a esa sola idea, a esa simple línea que nos hace humanos: venimos a este mundo a degustar la única vida que se nos regaló, antes de que llegue el implacable ocaso y nos lleve a la noche eterna. Yo vi en sus ojos, en los ojos de quienes levantaron la mirada hacia mis clases, gradaba en fuego en esa idea, profundamente, en su alma.

Ahora son bachilleres. Hojas nuevas para la primavera de un árbol que florece en medio de la más cruda tempestad que Venezuela haya vivido. Sean libres de elegir el papel que desempeñarán en esta vida que se les ha concedido. Elijan sabiamente y con honestidad, y fácilmente alcanzarán esas metas que se planteen, sabiendo siempre que lo importante no es llegar a la meta, sino como lleguen a ella.

Sobrevivieron, muchachos. Sobrevivieron al prólogo. A la parte más fácil. Agarren fuerte todo lo que aprendieron, y a vivir. Adelante, adelante siempre. Dios está con ustedes, sus profesores están con ustedes, sus padres están con ustedes. ¿Quién dijo miedo? Me despido afectuosamente de ustedes, Promo XXII:


1.      Álvarez, César
2.      Araujo, Fanny
3.      Ávila, Wilderman
4.      Barón, Edilber
5.      Casadiego, Vicente
6.      Castillo, Ross
7.      Castillo, Wilzon
8.      Colina, Andrea
9.      Da Silva, Sergio
10.  Delgado, Nurielys
11.  Fajardo, Arianna
12.  Faría, Rubén
13.  Flores, Carla
14.  González, Lorney
15.  Hernández, Mariana
16.  Hernández, Salomé
17.  Lara, Daniel
18.  Lobo, María
19.  Maestu, Harrison
20.  Manrique, Leonardo
21.  Medina, Jorghelis
22.  Mendoza, Geison
23.  Mendoza, Orlando
24.  Mota, Rosmaliberg
25.  Ontiveros, Kevin
26.  Patiño, Ángel
27.  Pereira, Abdy
28.  Pérez, Andrea
29.  Pérez, Berenice
30.  Pérez, Jesús
31.  Pérez, Karelis
32.  Rea, Desiree
33.  Rojas, María
34.  Ruiz, Daniel
35.  Sarmiento, José
36.  Torrealba, Gabriela
37.  Torrealba, Roxana
38.  Tusa, Paola
39.  Vásquez, Michelle
40.  Zorrilla, María


…hasta la próxima clase.

viernes, 16 de junio de 2017

Bitácora de viaje resumida (Para viajeros con prisa o lectores flojos)

Ruta del viaje Venezuela-Chile, vía Brasil - Mayo 2017

TRAMO VENEZUELA

De Maiquetía, La Guaira, a Puerto Ordaz, Bolívar
Transporte: Avión, Conviasa
Costo del pasaje: 35000 bolívares
Salida: Aeropuerto Internacional "Simón Bolívar", sábado 12 de mayo, 6am
Llegada: Aeropuerto Internacional "Manuel Piar", sábado 12 de mayo, 7am
Duración: 1 h.

De Puerto Ordaz, Bolívar, a Santa Elena de Uairén, Bolívar
Transporte: Bus, Expresos Oriente
Costo del pasaje: 12000 bolívares
Salida: Terminal de pasajeros Manuel Piar, sábado 12 de mayo, 6pm
Llegada: Terminal de pasajeros de Santa Elena de Uairén, domingo 13 de mayo, 6am
Duración: 12hrs.

Cruce fronterizo Venezuela-Brasil

Transporte: Taxi particular
Costo del pasaje: 4000 bolívares
Hora de salida: 6.30am
Hora de llegada: 7.30am
Duración: 1h.
NOTA: Sellar la salida en el puesto del SAIME

TRAMO BRASIL

De Paracaima, Roraima, a Boa Vista, Roraima
Transporte: Taxi particular
Costo del pasaje: 35 reales por persona
Salida: Puesto de la Policía Federal de Brasil, Paracaima, domingo 13 de mayo, 10am
Llegada: Rodoviaria "José Amador de Oliveira-Batón", domingo 13 de mayo, 1pm
Duración: 3hrs
NOTA: Se sella la entrada en el puesto de la Policía Federal a partir de las 8am. También se puede cambiar bolívares o dólares a reales con algunas personas cercanas al puesto. 1$ = 3 reales

De Boa Vista, Roraima, a Manaus, Amazonas
Transporte: Bus, Asatur
Costo del pasaje: 100 reales
Salida: Rodoviaria "José Amador de Oliveira-Batón", domingo 13 de mayo, 8pm
Llegada: Rodoviaria Manaus, lunes 14 de mayo, 8pm
Duración: 14 hrs.
NOTA: Recomiendo el local "Culinarias da Duda" para comer en el terminal de Boa Vista. Excelente comida, excelente trato.

De Manaus, Amazonas, a Porto Velho, Rondonia
Transporte: Catamarán, F/B "Vieira"
Costo del pasaje: 200 reales
Salida: Porto Demetrio, martes 16 de mayo, 6pm
Llegada: Porto Velho, domingo 21 de mayo, 12am
Duración: 4 días y 18 hrs.
NOTA: La ruta usual se hace con la línea de buses "Transbrasil", cuyo pasaje sale a 240 reales. Si no está disponible, tomar un barco es la mejor opción. Lenta, pero económica.

De Porto Velho, Rondonia, a Guajará-Mirim, Rondonia
Transporte: Taxi particular
Costo del pasaje: 100 reales por persona
Salida: Porto Velho, domingo 21 de mayo, 1pm
Llegada: Guajará-Mirim, domingo 21 de mayo, 4pm
Duración: 3 hrs.
NOTA: El taxi te lleva hasta el puesto de la Policía Federal para sellar la salida. No importa el horario, toquen la puerta y pidan (amablemente, por supuesto) que les sellen la salida.

Cruce fronterizo Brasil-Bolivia

Transporte: Lancha
Costo del pasaje: 6 reales por persona
Duración: 5 min.

TRAMO BOLIVIA

De Guayaramerín, Departamento de Beni, a La Paz, Departamento de La Paz
Transporte: Bus, Línea Vaca Diez
Costo del pasaje: 90 bolivianos
Taxi hasta el terminal: 20 bolivianos (por carrera, no por persona)
Salida: Terminal de pasajeros de Guayaramerín, lunes 22 de mayo, 8.30am
Llegada: Terminal de pasajeros de La Paz, martes 23 de mayo, 12am
Duración: 16 hrs.
NOTA: La oficina de migración abre a las 8am. Si llegan el día anterior, o antes de esa hora en la mañana, vayan hasta el terminal y compren los pasajes para La Paz. Indiquen que son extranjeros y que necesitan que les sellen la salida primero. Con eso, el chofer del bus los esperará de 30 a 45 minutos. Regresen a la Oficina de Migración, sellen entrada y cambien reales o dólares a bolivianos (1$ = 6,9 bolivianos)
IMPORTANTE: Tomen solo taxis de línea. Aléjense de los mototaxistas y de las motocars.

De La Paz, Departamento de La Paz, BOLIVIA, a Iquique, Región de Tarapacá, CHILE
Cruce fronterizo: Puesto de control Chungará
Transporte: Bus, Línea Expresos Litoral
Costo del pasaje: 90 bolivianos
Salida: Terminal de buses de La Paz, martes 23 de mayo, 1pm
Llegada: Terminal de pasajeros de Iquique, miércoles 24 de mayo, 4.30am
Duración: 16 horas
NOTAS: En el puesto de control fronterizo hagan oídos sordos a comentarios de los bolivianos. Es importante tener una dirección bien específica para pasar por el puesto de control chileno. Si tienen eso, todo debería ir bien. Si tienen una carta de invitación o un contrato de trabajo, les irá aún mejor. Pero no teman si solo tienen la dirección. Indiquen que están de vacaciones o visitando a un familiar, no con fines de establecerse en el país.

TRAMO CHILE

De Iquique, región de Tarapacá, a Santiago, región metropolitana.
Transporte: Pullman San Andrés
Costo del pasaje: 25000 pesos chilenos
Salida: Terminal de pasajeros de Iquique, miércoles 24 de mayo, 7am
Llegada: Terminal de pasajeros sur de Santiago, jueves 25 de mayo, 7am
Duración: 24 horas
NOTA: Pueden cambiar bolivianos o dólares en el terminal de Iquique, a 600 pesos por dólar. Cambien solo lo necesario para el tramo a Santiago. En Santiago la tasa de cambio es 1$ = 665 pesos.


De Venezuela a Chile: tepuyes, selvas, ríos y montañas. Parte IV - FINAL

PARTE IV: POR LA RAZÓN O POR LA FUERZA

Pisamos Chile por primera vez la tarde del martes 23 de mayo, alrededor de las 6pm. Nos recibió con un abrazo helado, al que respondimos con nuestro calor interno. No vimos mucho durante las primeras horas, pues entramos prácticamente de noche. El bus hizo una parada en un pueblo cuyo nombre no recuerdo, alrededor de las 9pm. Ronny compró en un restaurante un pollo al maní. Yo tenía mi apetito muerto desde hacía rato. Primero por el psicoterror de los bolivianos de la frontera. Luego por la emoción de la entrada al país. Así que apenas si probé algo. Me supo a nada. Me dormí escuchando a Antonella sorber su sopa.
 
De La Paz, Bolivia a Iquique, Chile
A medianoche pasamos por Arica, en la región de Arica y Parinacota. Nos sorprendió lo movida que se veía la ciudad, para ser medianoche. Allí el bus hizo parada. Me volví a dormir casi en el acto. Despertamos en nuestro destino, Iquique, capital de la región de Tarapacá, alrededor de las 4.30am del miércoles 24 de mayo.

Esperamos a que el terminal despertara. Poco antes de las 6am, comenzamos a ver movimiento. Ronny consiguió una casa de cambio, y cambiamos solo una parte, porque el señor tenía la tasa de cambio a 600 pesos por dólar. Nos pareció muy baja. Supimos que en Santiago podíamos conseguirlo a 665 pesos por dólar, que es la tasa oficial. Así que solo cambiamos lo suficiente para este tramo del viaje.

1 $ = 665 pesos chilenos

Luego compramos los pasajes. Nos habían recomendado la línea Ciktur, pero nos pareció que estaba muy cara –además de cerrada-, así que nos fuimos con la línea Pullman San Andrés, que tenía los pasajes a 25000 pesos hasta Santiago, saliendo a las 7am. Esperamos un poco más, me familiaricé con la moneda local –francamente, que billetes tan bonitos- y dimos algunas vueltas por el terminal. Vimos que la costa estaba muy cerca.

Así comenzó nuestro penúltimo tramo: Iquique-Santiago. Un viaje de 24 horas. Puedo decir que aprecié cada una de esas horas. El paisaje era algo totalmente nuevo para mí. Una impresionante cordillera a mi izquierda y un inquieto océano Pacífico a mi derecha. Era la primera vez que veía el océano Pacífico. La ciudad de Iquique me pareció encantadora. Me parece que fue la última vez que sentí calor en el ambiente. Adiós, temperaturas sobre 15º. Las echaré de menos.
 
Un restaurante nada memorable entre Tarapacá y Antofagasta
Poco antes de las 10am hicimos una parada forzosa en la frontera entre Tarapacá y Antofagasta. Los aduaneros estaban de paro, así que no pasaríamos hasta mediodía. Aprovechamos la parada para comer y echar un ojo a la playa. Había un restaurante poco encantador cerca, con unas empanadas nada memorables. Aquí tuve mi primer encuentro con una realidad que me tocará vivir por mucho tiempo: en Chile el café colado es una rareza; el santo patrón cotidiano es el Nescafé. Suena muy bonito durante las primeras tres tazas, pero luego recuerdas el colador negro de la cocina con sus vapores aromáticos y dan ganas de llorar.

Fuimos hasta la playa –como a 300 metros de la carretera- a ver las olas más de cerca, muriéndonos de frío. Luego regresamos, y menos mal que lo hicimos, porque los aduaneros levantaron el paro antes, y pudimos pasar a las 11am, tras otro chequeo de pasaporte y equipaje. No me quejo de esto. Ojalá este tipo de control se llevara a cabo en todas partes.
 
No es buena idea usar Converse
con este frío. Guárdenlos para
el verano
Y seguimos. Comimos las tres comidas que ofrecía la línea. Un tanto insípidas. Parecía comida de hospital. Pero se agradece. Hicimos parada en una ciudad que no recuerdo bien –creo que era Antofagasta-, en un terminal que casi parecía aeropuerto. Y luego seguimos, y seguimos, y seguimos.

En general el paisaje del norte de Chile me pareció fascinante. Como estar dentro de un atlas de geografía o en una película de corte independiente. Fue surreal atravesar un desierto y tener que usar dos chaquetas para sobrellevar el frío. Al caer la noche ya no pudimos ver nada. Solo una terrible película tailandesa que se repitió a sí misma.

Así despertamos el jueves 25 de mayo llegando a Santiago. Me perdí Valparaíso. Que chimbo. Había neblina y llovía a la usanza inglesa. Apenas si tuve tiempo para sorprenderme por la cordillera y los edificios. Llegamos al Terminal de buses sur de Santiago –creo- y de inmediato compramos pasajes para Los Ángeles, en la región del Biobío. Aquí nos despedimos de nuestros últimos acompañantes: Maricarmen, Israel y Antonella. Ellos se quedarían en Santiago. A nosotros aún nos quedaba camino por recorrer. Nos despedimos y quedamos en estar en contacto. Con el wifi de la terminal, pudimos dar señales de vida a nuestros familiares. Luego de eso, y teniendo que esperar aún dos horas para la salida del bus, teníamos dos urgencias: comunicarnos con mi primo y bañarnos. En serio. Yo no me aguantaba a mí mismo. Y no porque oliera mal, porque no olía mal –las cinco capas de ropa lo disimulaban muy bien- sino por la sola idea de llevar más de 72 horas sin bañarnos. Apenas si me había cambiado la ropa en dos ocasiones en el baño de los buses. Nuestra salvación vino en forma de un gran letrero: BAÑOS PÚBLICOS – DUCHAS. Me dio igual pagar 3000 pesos por una ducha. En ese momento no sabía aún el valor de 3000 pesos. Poder bañarme, con agua caliente, con jabón y champú, fue como volver a la vida. Ahora sí estaba listo para afrontar ansiosamente el último trayecto.
 
Último tramo: Santiago - Los Ángeles
No pudimos llamar a mi primo. Y se acercaba la hora de salida del bus. Resolvimos la situación elegantemente: fuimos a una tienda y compramos un teléfono y una línea. Compré de una llamada WOM porque me gustaron sus colores. Sí, lo sé, es una razón tonta, pero me da igual. Tomamos nuestro último bus en la línea Pullman –por 7000 pesos- y partimos a las 12.30am.

El viaje hasta Los Ángeles duró 7 horas. Resulta que en Chile los buses no pueden exceder los 100Kms/H. Lo supimos porque pedimos el asiento delantero del segundo piso del bus, y teníamos una pantalla que indicaba la velocidad del autobús, y que sonaba con un pito cada vez que el chofer excedía el límite.

Francamente, no podría describir la ansiedad que sentí en este último tramo. Luego de casi dos semanas de viaje, llegaba ya el momento en que debía dejar las maletas quietas y afrontar un nuevo desafío, el más duro, el más temido, el que narraré en otra entrada de mi blog: establecerme como inmigrante. Cada kilómetro, cada hora, cada momento que pasaba y me acercaba más a Los Ángeles caía como un clavo para mí de esta nueva realidad. Llegamos al Terminal de buses de Los Ángeles a las 7.30pm. Llamé a mi primo para confirmar la dirección y anunciar mi inminente llegada. Luego de un último taxi, llegamos a una callejuela que bien podría haber sido Privet Drive, Little Whinging, Surrey, y que sería nuestra pista de aterrizaje.

Llegamos con el final del otoño. Los primeros árboles que vi aún tenían unas cuantas hojas secas. Mi primo Alejandro nos abrió la puerta de su casa y creo que nunca podré expresarle mi agradecimiento por ese gesto. Ser inmigrante implica demasiadas cosas, apenas perceptibles cuando uno planea salir del país, y que golpean muy fuerte cuando llegan como un otoño implacable. El viaje resulta ser lo más sencillo de todo, al final del mismo, y casi desearía uno seguir recorriendo calles, regiones, países, y nunca detenerme, cuando llega el momento de afrontar la realidad: que hay que comenzar literalmente desde cero. Pero eso es material de otra entrada. Aquí termina este relato, esta bitácora. Gracias por tu paciencia. Te saludo calurosamente desde el sur.

De Venezuela a Chile: tepuyes, selvas, ríos y montañas - Parte III

PARTE III: LOS SOBRESALTOS BOLIVIANOS

Bolivia nos dio una fría recepción. Literal y metafórica. Apenas pusimos un pie en el muelle, sopló un fuerte viento helado que nos acompañaría un buen tramo. Inmediatamente nos dirigimos a la oficina de migración de Guayaramerín, Provincia de Vaca Diez, Departamento del Beni. La oficina estaba cerrada a cal y canto. Según el cartel de horario, debería estar abierta hasta las 8pm, y apenas iban a ser las 6pm. Tampoco conseguimos una casa de cambio a la vista. Entonces aparecieron los mototaxistas, o como sea que se llamen, porque no eran motos como tal lo que conducían. En este punto pido perdón por lo discriminante o calumnioso que pudiera tornarse mi discurso, pero es que estos señores lo ameritan. Lo digo de entrada: son unos estafadores. Se aprovechan del viajero recién llegado para darle vueltas por todo el pueblo y cobrar por paradas innecesarias. En este punto nos dividimos. La mitad de nosotros se quedó cuidando las maletas mientras que  la otra mitad iba en busca de una casa de cambio e información sobre la oficina de migración.
 
Guayaramerín, la entrada a Bolivia
El grupo regresó al cuarto de hora. No había información concreta sobre por qué la oficina de emigración estaba cerrada antes de tiempo. Solo obtuvieron respuestas vagas vía telefónica. Tampoco hubo mucho éxito con la casa de cambio. Pudieron cambiar algunos reales a bolivianos, suficientes para la única opción que nos quedaba: buscar un hotel y esperar que la oficina abriera al día siguiente a las 8am.

Aprovecho para hablar sobre la tasa de cambio. Por cada dólar se obtienen 6,9 bolivianos.

1 $ = 6,9 bolivianos

También se puede cambiar lo que haya quedado de reales a bolivianos, pero no recuerdo la tasa de cambio –con el rollo de los mototaxistas, lo olvidé-. Pero la diferencia no era mucha. Como sabíamos que no gastaríamos mucho en este tramo, decidimos cambiar 100$ para los gastos de ambos. Con 690 bolivianos nos bastábamos.

Los mototaxistas siguieron fastidiando. A instancias suyas, fuimos a parar a un hotel terrible cuyo nombre me gustaría recordar solo para que jamás tengan que poner un pie en él. Costó 80 bolivianos por habitación, que puede ser compartida por cuatro personas, por lo que queda a 20 bolivianos por persona. Supuestamente tenía wifi, pero la señal nunca llegó. Solo tenía un ventilador y un televisor con tres canales nacionales. Pero esperen, los mototaxistas aún no salen de este relato.

Los tipos nos llamaron porque supuestamente le debíamos dinero. Según ellos, la carrera hasta el hotel –ubicado a dos cuadras de la oficina de migración- salía en 10 bolivianos. Pero ahora venían con que eran 10 bolivianos por persona, y que por esto le debíamos 30 bolivianos al que nos hizo la carrera, más las vueltas innecesarias que le habían dado antes a Ronny. Ahí fue cuando se prendió el zaperoco. Ronny y Jeremye, los más salidos del grupo volvieron a sacar a relucir sus virtudes ante esos tres bolivianos que creían que podían venir a estafarnos a nosotros, un grupo de venezolanos bien curtidos en materia de intentos de engaño. Los pobres no sabían con quien se metían. Ronny y Jeremye le lanzaron una retórica que los dejó cabizbajos, y eso por ser decente en la descripción de lo que pasó. Que si eran unos estafadores, que si se aprovechaban del emigrante que estaba de paso, que creían que uno venía a gastar plata regalada, que si ellos eran lo primero que uno veía del país que quedaría para lo demás. La estocada vino cuando Ronny les lanza: “Y si creen que están en su derecho, pues vamos a la agencia de Policía que está a la vuelta de la esquina”. Los tipos no hacían más que murmurar. Al final agarraron sus 10 bolivianos y se fueron por donde vinieron.

Lo ocurrido perturbó la paz que traía el viaje. Pasamos un rato alterados. Al final todo se calmó, nos acostamos a dormir, y nos preparamos para la siguiente jornada.

Si me extendí en este punto es para enfatizar una cuestión. Al llegar a Bolivia, ALÉJENSE DE LOS MOTOTAXISTAS. Tomen solo taxis de línea. Estos son mucho más claros y honestos en sus tarifas. Pendientes.

Al día siguiente, lunes 22 de mayo, a las 5.30am, salimos del hotel antes del amanecer y nos devolvimos a la oficina de migración, a esperar que abrieran para que nos sellaran. Y aparece un nuevo sobresalto. Nos enteramos, por una señora que estaba limpiando frente a la oficina, que esta no abriría sino hasta las 8am. Resulta que los buses que salen para La Paz lo hacen diariamente a una única hora: 8am. Notan el problema, ¿verdad? Resulta que el modo de proceder es bien peculiar. Hay que ir hasta el terminal a comprar los pasajes del bus antes de las 7am, de preferencia, el día anterior. El chofer del autobús, al saber que uno tiene que pasar por migración, se compromete a retrasar la salida una media hora para que uno pueda hacer el sellado. Y así hicimos. Por suerte habíamos salido temprano. Compramos en la línea de buses Vaca Diez, en el Terminal de Pasajeros de Guayaramerín, que está a un taxi de distancia. El pasaje para La Paz costó 150 bolivianos. El taxi cobró 20 bolivianos. Cupimos cuatro personas con el equipaje.
 
Pasaje hasta La Paz con la línea
"Vaca Diez". 150 bolivianos.
Luego volvimos a la oficina de migración, nos sellaron sin problema. Este fue el único lugar donde nos pidieron el Certificado de vacunación contra la fiebre amarilla. Hicieron preguntas de rutina: oficio, país de origen, lugar de destino. Y sellan por 30 días, invariablemente.

Corrimos de vuelta al terminal, ingresamos el equipaje, compramos el ticket de tasa municipal por 2 bolivianos y nos montamos en el bus a las 8.30am. Con la perspectiva de una viaje de más de 24 horas por delante, nos pusimos lo más cómodos que pudimos –que no fue mucho- y nos dedicamos a admirar el paisaje. Francamente, poco que admirar. Gran parte de las carreteras de Bolivia están sin asfaltar. Así que en menos de dos horas todos estábamos cubiertos de polvo rojo. Y se preguntarán, ¿por qué? Pues porque el bus no tenía aire acondicionado, así que nos tocaba estar con la ventana abierta.

Hicimos varias paradas. La única que recuerdo: Santa Rosa de Yacuma, en la Provincia de General José Ballivián Segurola. Eso fue como a las 8pm. Allí compramos algo para cenar –unas papas con pollo frito, creo- y nos sacudimos un poco el polvo. Una anécdota graciosa de esta parada fue que cuando estábamos comprando unos refrescos sufrimos una breve confusión tratando de pedir unos pitillos. No sé qué significa pitillo en Bolivia, pero la cara de la muchacha fue de antología. Le dimos varios nombres: pajilla, pajita, popote. Al final resultó ser bombilla. Alguien apuntó a un bombillo en el techo y preguntó sobre el nombre de eso, que resultó ser simplemente foco. Entre carcajadas, nos regresamos al autobús.
 
Estatua en madera de un aborigen
en Santa Rosa de Yacuma
Pasamos una noche fría. Había comenzado el ascenso a la cordillera. Mientras dormíamos, atravesamos un tramo espantoso, con una carretera de tierra pegada a la montaña. Según los que no pudieron dormir por la pavorosa visión, pasábamos por tramos tan estrechos que el bus prácticamente era arañado por la montaña en su lado izquierdo mientras evitaba el precipicio, a centímetros del lado derecho. Yo, en realidad, no vi nada de eso. Estaba rendido. Solo al despertar, como a las 7am del martes 23 de mayo, pude ver las montañas neblinosas y sus abismos profundos.


Luego de algunas paradas rápidas, llegamos a La Paz, Departamento de La Paz, a las 11.30am. El bus nos dejó en una calle cualquiera y entonces sufrimos el frío por primera vez. Ni Mérida, ni la Colonia Tovar, ni la oficina de tu jefe a mediodía rivalizan con la temperatura de La Paz. Eran menos de 10º. Y llovía, además. Rápidamente tomamos un taxi hasta el Terminal de buses de La Paz. Ese terminal nos impresionó por su arquitectura. Imitaba mejor una estación de trenes que de buses. Allí nos despedimos de Jeremye y Luigi. Ellos seguirían hacia Argentina. Fue una despedida muy rápida, pues nuestro bus salía en diez minutos. Seguimos solo con Maricarmen, Israel y Antonella, ahora envueltos en diez mil chaquetas y suéteres. Tomamos bus con la línea Expresos  Litoral, con destino a Iquique, Chile. El bus partió a la 1pm, y costó 90 bolivianos por persona.
 
En el Terminal de buses de La Paz
Este tramo nos tenía a todos angustiados. Se acercaba el cruce fronterizo con nuestro destino, Chile. El paisaje en La Paz y la ruta que seguía era impresionante, pero no nos distraía de la ansiedad que nos invadía. En el mismo bus pudimos cambiar los bolivianos a pesos chilenos. Esa tasa no la recuerdo tampoco, pero nos dieron más de 20000 pesos por lo que nos quedaba de bolivianos.

Mientras atravesábamos un páramo helado, el copiloto del bus nos pidió los pasaportes. Los revisó un rato y luego nos soltó, simpáticamente, que a los venezolanos los estaban regresando en la frontera. Todos nos pusimos blancos. Según él, no nos dejarían pasar. Jamás entendidos por qué nos lanzó eso, a mitad del recorrido y a una hora del puesto de control de Chungará. Aun así, llenamos los papeles que nos dio, que pedirían en la frontera. Con un nudo apretadísimo en la garganta, vimos la frontera aproximarse. Nos persignamos y nos encomendamos a una fuerza mayor.

Al bajarnos del bus en el puesto de control, nos helamos. Ese páramo debía estar alrededor de los 0º. Pasamos primero por migración de Bolivia, y ahí viene otro boliviano del carrizo a decirme que no me van a dejar pasar. La cosa fue más o menos así:

Agente boliviano: (Tras mirar el pasaporte. Acoto que yo era el primero de la fila) ¿Venezolano? A los venezolanos los están regresando en la migración chilena. A menos que traigan contrato laboral o carta de invitación de un ciudadano chileno.

Yo: (Imperturbable por fuera, pero muerto de miedo por dentro) ¿Y eso por qué? ¿Solo por ser venezolano? Yo tengo todos mis documentos en orden, y vengo a visitar a un familiar que está establecido en Chile.

Agente Boliviano: Yo solo sé que los están regresando. Yo te sello la salida sin problema, pero luego eres asunto de los chilenos.

Yo: Sélleme la salida. Yo tengo todo en orden.

El tipo selló, me devolvió mi pasaporte y yo me devolví al bus, desolado. Luego Ronny me dijo que le informaron algo parecido, pero qué más íbamos a hacer. Adelante siempre.

El bus volvió a llenarse, avanzó tres metros, y nos ordenaron que volviéramos a bajar. Así, literal. El puesto de control fronterizo de Chile estaba a tres metros de distancia. Allí, por primera vez en el viaje, nos hicieron bajar absolutamente todo. Admiré –y me aterré- desde el primer momento el orden y marcialidad de los agentes chilenos. Pusieron todas las maletas en fila, y a nosotros en otra fila. Primero pasaron a los bolivianos que venían en el bus. A una señora le quitaron un paquete de hojas de coca –obvio, ¿no?-. Unos perros nos olfateaban todo. Temblábamos de frío. El ambiente estaba muy cargado. Y las palabras de los bolivianos resonaban en mi cabeza.

Al final pasé con el agente de la PDI (Policía de Investigaciones de Chile). Revisó mi pasaporte, tecleó en su computadora y preguntó: oficio, lugar de origen y dirección a la que me dirigía. Le respondí claro y preciso las tres preguntas, selló el pasaporte y me imprimió el famoso ticket de la PDI. Dije “gracias, buenas tardes” y pasé con el siguiente. Revisión de equipaje. Pasaron ambas maletas por rayos X, luego hicieron una revisión manual. Lo único que les llamó la atención fue un fajo de billetes de 20 bolívares que olvidé cambiar en Brasil. Me preguntaron por la cantidad y les dije que eran como 1000 bolívares. La agente se rio. Yo me reí, y mi nerviosismo disminuyó. Tras la orden de que continuara y volviera al bus, respiré aliviado al fin.
 
La vista desde el puesto de control fronterizo
Esperé a Ronny frente al bus, ante la mirada atónita del copiloto boliviano. Este me preguntó si me dejaron pasar y yo le mostré muy feliz mi ticket de migración. Ni lo había revisado. Allí lo miré con detalle. Felicidades. Me sellaron 90 días. Tras ver salir a Ronny, y luego de un rato a Maricarmen, Israel y Antonella, respiré más aliviado aún y nos montamos todos muy tranquilos. No teníamos nada que ocultar y pasamos con la verdad por delante. A ellos les preguntaron más cosas, pero era natural que lo hicieran, pues iban con una niña. Al subirnos de vuelta al bus, sabíamos que todo iría bien de allí en adelante. Miré a Ronny, y medio en juego medio en verdad le dije: “Apenas veamos una iglesia en Chile, nos metemos para dar gracias por esto”. Mientras caía la noche y la temperatura en picada, dimos gracias en silencio por haber podido pasar.