lunes, 27 de marzo de 2017

Lluvias de marzo


Lo usual es que en Venezuela la temporada lluviosa comience en mayo. Mayo es mes de iguanas, de cruces y de palos de agua. Pero a veces, las lluvias se adelantan. Son una curiosa sorpresa, en plena cosecha de mangos. Este año las lluvias se adelantaron, y con ellas, la temporada de cambios.

La lluvia es un regalo del cielo. Revitaliza la tierra, refresca el aire, vigoriza a las plantas y, lo más importante, me produce sosiego. La lluvia significa para mí cambios, avance, renovación. Y así como los cambios, la lluvia es necesaria e indetenible. Especialmente cuando llega repentina y sin avisar.

Ser humano significa ser mutable. Y eso es maravilloso. Somos movimiento, fluir, sentir. Como el agua entre las rocas, o el viento entre los árboles. No podemos resistir el espíritu nómada de nuestros ancestros. Todos emprendemos un viaje, tarde o temprano.

No siempre se trata de un viaje físico. Así como nos lo demuestra la literatura, el viaje que iniciamos puede ser espiritual. Don Quijote de la Mancha, por ejemplo, emprende ambos viajes. Se desplaza por España, sobre su resignado Rocinante y en compañía de su leal Sancho Panza, y a la vez, se mueve por las salas del espíritu humano, entre la locura y la cordura, de una aventura a otra, probando las mieles de la justicia y la rectitud. Y su viaje, el del Quijote, es también un viaje para Sancho. Aun sin proponérselo, Sancho termina visitando los mismos estadios psíquicos de Don Quijote, y se transforma. Sancho, aún sin saberlo, se enfrenta al cambio, y el cambio lo convierte en alguien mejor.

Por lo tanto, el cambio es necesario. Eso no lo podemos dudar a estas alturas. También es inexorable, lo cual significa que no se puede evitar. Como el flujo del agua, uno puede creer que lo está deteniendo, pero no es así, solo lo está acumulando. Más temprano que tarde, el agua rompe cualquier dique y fluye con la violencia de una estampida. Es allí cuando hay gritos, lágrimas, quejas y cosas que se rompen. Para el ser humano, negar el cambio es acumular el avance, que pronto terminará dándote una bofetada en la cara para hacerse paso y entrar tempestuosamente al mundo. He conocido a un par de personas así, y todas terminan pasándola mal.

Hay que dejarse llevar por la corriente. Estar conscientes de lo que somos y a donde pertenecemos, y luego actuar en consecuencia. ¿Qué somos? Individuos ¿A dónde pertenecemos? A una sociedad. Por lo tanto, somos individuos sociales. Es decir, debemos crecer por nuestra cuenta, desarrollar nuestro ser plenamente y que esto, además, sea útil para los otros individuos, que nos necesitan tanto a nosotros como nosotros a ellos. El cambio, entonces, no solo debe ser positivo para el YO sino también para el OTRO.

La educación es un cambio, tanto individual como social. Leer es cambiar. Correr es cambiar. Pintar es cambiar. Lee, y tu mente cambiará, así como la mente de quienes te rodean. Corre, y tu cuerpo cambiará; tus músculos se harán más fuertes. Pinta, y tu alma cambiará; tendrá nuevos matices para admirar y expresar. No rechaces el cambio, ¡abrázalo!, ¡búscalo!, decide tomarlo. Cambiar es una decisión. Y es la primera que se debe tomar para todo lo demás.

Es maravilloso ver a alguien después de tantos años y observar en esa persona el resultado de la suma de todos los cambios favorables que pudo haber decidido tomar. “Mírate, eres todo un médico”, o “¿En serio tú pintaste todo esto? Es fascinante”, o “Eres la mejor madre del mundo”, o el eterno y siempre confiable “Cómo has cambiado”. Aunque este último puede ser ácido dependiendo de la situación.

Es gracioso pensar, aquí sentado frente a mi computadora, en aquellos últimos días de mi quinto año de bachillerato, cuando todos sucumbíamos a la tradición de rayarnos las camisas. Es gracioso para mí pensar en eso porque la frase más recurrente era “Nunca cambies”. ¡Por Dios! Que condena tan terrible. La mayoría de las personas que ponían eso con sus sharpies indelebles eran las primeras que debían cambiar. Ahora los veo, cada quien a su manera, y sigo pensando así.

Este año, para mí, marzo trajo vientos de cambio. Ya me estoy acostumbrando a que sea así. Pronto me enfrentaré a uno de los cambios más drásticos y trascendentales de mis veinticinco años de vida: un nuevo país. Es momento de cambiar hábitos, costumbres, ritos. Cambiar de oficio. Cambiar de entorno. Cambiar, muy a mi pesar, a las personas que me rodean. Estoy dispuesto a afrontar todos esos cambios, tomar al toro por los cuernos, y cambiar mi estatus social a “inmigrante”. Me adaptaré a una nueva realidad, cambiando solo los contornos de mi ser, pues mi ethos, mi sanctasanctórum del yo, el Daniel genuino que habita bajo mi piel, ese continuará siendo él, creciendo con cada oportunidad. Y los cambios, claro está, son oportunidades.


Pienso todo esto mientras comienza a llover y veo mi habitación a mi alrededor, medio vacía. Mi biblioteca, ya casi sin libros, tiene un aire de melancolía. Pienso en las personas tan geniales que he conocido en estos últimos tiempos, y trato de ponerlos a todo en la sala más amplia de mi alma, la que tiene menos telarañas. Veo el calendario y noto que muy pocos días me separan del gran momento. Es marzo, y está lloviendo. Es marzo, y ya viene el cambio de estación. Es marzo; es momento de cambiar.

José D. Alvarado (Marzo, 2017)