martes, 2 de mayo de 2017

Las dos Venezuelas

Hace años, el gran maestro de Venezuela, Arturo Uslar Pietri [1906-2001] en su memorable ensayo titulado "De una a otra Venezuela" (1949) ya nos advertía sobre el problema de una mala administración de los bienes petroleros de la nación y sus consecuencias en el futuro socio-cultural del país. En esencia, el ensayo planteaba la presencia de dos países enfrentados pero indivisibles, como caras de una misma moneda: la Venezuela artificial, preocupada por lujos y apariencias, que se pavonea con su riqueza petrolera frente a América latina y sus innovaciones importadas; y la Venezuela real, la duradera, la que se constituye a partir de educación, salud, proyectos y producción nacional. Pareciera que la voz de Uslar Pietri quedó como sonando solitaria en un recinto vacío, apenas aplaudida por aquellos que se quedaron a escuchar al maestro, e ignoraron el jolgorio de la fiesta popular. Pareciera que fue así, porque este naciente siglo XXI, este 2017 funesto, y todos estos años que han pasado desde el '49, nos demuestran que seguir construyendo la Venezuela fingida o artificial fue como levantar un castillo de naipes al aire libre. Ahora, ante la tempestad, poco nos va a quedar entre las manos.

Yo siento que seguimos viviendo entre dos Venezuelas, hijas de la profecía ignorada del maestro Uslar Pietri. Es una rarísima dicotomía que amenaza con volver loco a quien se propone mirarla en detalle. Me explico. Por un lado tenemos la Venezuela paradisíaca. A esta la llamaré la Venezuela natural. Esta es la tierra sobre la que caminamos, extendida desde las costas del mar Caribe hasta la selva del Amazonas, desde la península de Perijá hasta Punta Playa y el esequibo. Es de la que todos nos enorgullecemos, la que ponen las tías felices con fotos del Salto Ángel, el Roraima, el Orinoco, el Waraira-Repano y frases bíblicas. La Venezuela natural es la que nos bendice diariamente con un clima envidiable, donde ni el calor, ni el frío, ni la humedad son extremos. Por más que nos quejemos, nadie se muere literalmente del calor o del frío. Podemos vestirnos como nos dé la gana todo el año. Esta es la Venezuela de las arepas, del pabellón, de la cerveza y el mondongo. La de los bailes y el humor. La del esfuerzo de nuestras manos y las obras levantadas sobre nuestras espaldas. La de la gran familia que el destino nos dio y que fue el nido desde el que pudimos extender nuestras alas. Nadie duda en decir que ama esta Venezuela. Todos lloramos al escuchar que llevamos su luz y su aroma en nuestra piel y al ver ondear tres colores que nos hacen pensar en todo lo bueno del mundo.

Lamentablemente, fuimos advertidos. Desoímos a nuestros profetas intelectuales. Y de la tierra bendecida nació, "como un reguero de pus por la sabana" (parafraseando a Miguel Otero Silva), un gran poder que, ni para nuestros antepasados, ni para nosotros, fue asumido con una gran responsabilidad: el petróleo. Este, que pudo haber catapultado al país a niveles estratosféricos, terminó siendo su perdición. "La plaga petrolera", como lo llamó Aquiles Nazoa. Y de entre sus miasmas negras, nació la segunda Venezuela. No culpo completamente al petróleo por todos nuestros males, pero hay que admitir que fue el catalizador
de una serie de calamidades que nos han traído hasta este desastre. La viveza criolla, por ejemplo, no nació allí, pero fue entonces cuando se convirtió un virus mortal. Posiblemente tampoco fue el petróleo el padre de la corrupción, pero sí fue quien alimentó a este hasta volverlo la bestia indetenible que corre loca por nuestras calles. La segunda Venezuela en la que vivimos es la del sistema ineficaz, la de los trámites lentos, la del hambre y la miseria. Esta Venezuela es la de las colas, la de los "vivos" (parásitos aprovechados), la que se dejó poner otra vez el yugo, ahora no de los españoles, sino del mal de turno. Aquí habita el mal humor, o dicho de otra manera, el humor inoportuno, que a veces nos impide tomarnos con seriedad situaciones críticas. Aquí prolifera la delincuencia, y esa es una oscura vereda por la que no me quiero ir. Me basta con recordar el último encuentro con lacras sociales para que la sangre me hierva.

¿Quién querría vivir en un país así? Tan corrupto, tan lleno de miseria, tan incierto. Una y otra Venezuela han estado luchando mano a mano durante muchas décadas, a veces con alzas de la una por sobre la otra. Estos últimos años pareciera que la Venezuela sintética ha estado ganando la partida. Y las consecuencias han sido nefastas. Las vemos todos los días, en el plato vacío, en la mano que mendiga, en la irresponsabilidad rampante. Yo desprecio y rechazo cabalmente esta cara de mi país, tallada por la necedad de unos pocos. Lucharé siempre por la unificación del rostro nacional, digno, eficiente y comprometido. Y si debo unirme a la marea de emigrantes que huyen de una situación insostenible, con lágrimas en los ojos y el adiós de familiares y amigos, lo haré, consciente de que tengo una tarea vitalicia por cumplir con mi Venezuela real. No creo que lleguemos al extremo devastador de una ruptura física de la nación, dividida por ideales absurdos que van en contra de los más simples esquemas de una vida plena, individual y social. Yo creo en las buenas personas que aquí nacieron, a mí lado, que fueron mi ejemplo a seguir y de quienes he podido ser ejemplo. Y sé, por convicción, que cada una de esas buenas personas hará su parte para que llevemos a nuestro país a un futuro que se nos ha presentado como manzanas de Tántalo por tanto tiempo.

Pero esto es un acto de disciplina, de responsabilidad, de civismo y de cultura. No de azares, supersticiones y populismo. Basta de chistes impertinentes, veamos las cosas como son y afrontémolas, sin afeites ni eufemismos. Basta de corrupción, que nos hace pensar que porque el otro robo y nadie le dijo nada eso nos da derecho a todos a robar. Disciplina, amigos míos, es la clave. Tarde o temprano, esta superará la inteligencia, y solo entonces la inteligencia podrá sembrar en campos debidamente arados. Solo así podremos unificar a nuestro país. Solo así podremos comenzar el verdadero cambio. Solo entonces podremos decir todo al unísono, sin más adjetivos ni etiquetas, que somos venezolanos.

JOSÉ D. ALVARADO
02/05/17