PARTE III: LOS SOBRESALTOS BOLIVIANOS
Bolivia nos dio una fría recepción.
Literal y metafórica. Apenas pusimos un pie en el muelle, sopló un fuerte
viento helado que nos acompañaría un buen tramo. Inmediatamente nos dirigimos a
la oficina de migración de Guayaramerín, Provincia de Vaca Diez, Departamento
del Beni. La oficina estaba cerrada a cal y canto. Según el cartel de horario,
debería estar abierta hasta las 8pm, y apenas iban a ser las 6pm. Tampoco conseguimos
una casa de cambio a la vista. Entonces aparecieron los mototaxistas, o como
sea que se llamen, porque no eran motos como tal lo que conducían. En este
punto pido perdón por lo discriminante o calumnioso que pudiera tornarse mi
discurso, pero es que estos señores lo ameritan. Lo digo de entrada: son unos
estafadores. Se aprovechan del viajero recién llegado para darle vueltas por
todo el pueblo y cobrar por paradas innecesarias. En este punto nos dividimos. La
mitad de nosotros se quedó cuidando las maletas mientras que la otra mitad iba en busca de una casa de
cambio e información sobre la oficina de migración.
El grupo regresó al cuarto de hora. No había
información concreta sobre por qué la oficina de emigración estaba cerrada
antes de tiempo. Solo obtuvieron respuestas vagas vía telefónica. Tampoco hubo
mucho éxito con la casa de cambio. Pudieron cambiar algunos reales a
bolivianos, suficientes para la única opción que nos quedaba: buscar un hotel y
esperar que la oficina abriera al día siguiente a las 8am.
Aprovecho para hablar sobre la tasa de
cambio. Por cada dólar se obtienen 6,9 bolivianos.
1 $ = 6,9 bolivianos
También se puede cambiar lo que haya
quedado de reales a bolivianos, pero no recuerdo la tasa de cambio –con el
rollo de los mototaxistas, lo olvidé-. Pero la diferencia no era mucha. Como sabíamos
que no gastaríamos mucho en este tramo, decidimos cambiar 100$ para los gastos
de ambos. Con 690 bolivianos nos bastábamos.
Los mototaxistas siguieron fastidiando. A
instancias suyas, fuimos a parar a un hotel terrible cuyo nombre me gustaría recordar
solo para que jamás tengan que poner un pie en él. Costó 80 bolivianos por
habitación, que puede ser compartida por cuatro personas, por lo que queda a 20
bolivianos por persona. Supuestamente tenía wifi, pero la señal nunca llegó.
Solo tenía un ventilador y un televisor con tres canales nacionales. Pero esperen,
los mototaxistas aún no salen de este relato.
Los tipos nos llamaron porque
supuestamente le debíamos dinero. Según ellos, la carrera hasta el hotel –ubicado
a dos cuadras de la oficina de migración- salía en 10 bolivianos. Pero ahora
venían con que eran 10 bolivianos por persona, y que por esto le debíamos 30
bolivianos al que nos hizo la carrera, más las vueltas innecesarias que le
habían dado antes a Ronny. Ahí fue cuando se prendió el zaperoco. Ronny y
Jeremye, los más salidos del grupo volvieron a sacar a relucir sus virtudes
ante esos tres bolivianos que creían que podían venir a estafarnos a nosotros,
un grupo de venezolanos bien curtidos en materia de intentos de engaño. Los pobres
no sabían con quien se metían. Ronny y Jeremye le lanzaron una retórica que los
dejó cabizbajos, y eso por ser decente en la descripción de lo que pasó. Que si
eran unos estafadores, que si se aprovechaban del emigrante que estaba de paso,
que creían que uno venía a gastar plata regalada, que si ellos eran lo primero
que uno veía del país que quedaría para lo demás. La estocada vino cuando Ronny
les lanza: “Y si creen que están en su derecho, pues vamos a la agencia de
Policía que está a la vuelta de la esquina”. Los tipos no hacían más que
murmurar. Al final agarraron sus 10 bolivianos y se fueron por donde vinieron.
Lo ocurrido perturbó la paz que traía el
viaje. Pasamos un rato alterados. Al final todo se calmó, nos acostamos a
dormir, y nos preparamos para la siguiente jornada.
Si me extendí en este punto es para
enfatizar una cuestión. Al llegar a Bolivia, ALÉJENSE DE LOS MOTOTAXISTAS. Tomen
solo taxis de línea. Estos son mucho más claros y honestos en sus tarifas. Pendientes.
Al día siguiente, lunes 22 de mayo, a las
5.30am, salimos del hotel antes del amanecer y nos devolvimos a la oficina de
migración, a esperar que abrieran para que nos sellaran. Y aparece un nuevo
sobresalto. Nos enteramos, por una señora que estaba limpiando frente a la
oficina, que esta no abriría sino hasta las 8am. Resulta que los buses que
salen para La Paz lo hacen diariamente a una única hora: 8am. Notan el
problema, ¿verdad? Resulta que el modo de proceder es bien peculiar. Hay que ir
hasta el terminal a comprar los pasajes del bus antes de las 7am, de
preferencia, el día anterior. El chofer del autobús, al saber que uno tiene que
pasar por migración, se compromete a retrasar la salida una media hora para que
uno pueda hacer el sellado. Y así hicimos. Por suerte habíamos salido temprano.
Compramos en la línea de buses Vaca Diez,
en el Terminal de Pasajeros de
Guayaramerín, que está a un taxi de distancia. El pasaje para La Paz costó
150 bolivianos. El taxi cobró 20 bolivianos. Cupimos cuatro personas con el
equipaje.
Luego volvimos a la oficina de migración,
nos sellaron sin problema. Este fue el único lugar donde nos pidieron el
Certificado de vacunación contra la fiebre amarilla. Hicieron preguntas de
rutina: oficio, país de origen, lugar de destino. Y sellan por 30 días,
invariablemente.
Corrimos de vuelta al terminal, ingresamos
el equipaje, compramos el ticket de tasa municipal por 2 bolivianos y nos
montamos en el bus a las 8.30am. Con la perspectiva de una viaje de más de 24
horas por delante, nos pusimos lo más cómodos que pudimos –que no fue mucho- y
nos dedicamos a admirar el paisaje. Francamente, poco que admirar. Gran parte
de las carreteras de Bolivia están sin asfaltar. Así que en menos de dos horas
todos estábamos cubiertos de polvo rojo. Y se preguntarán, ¿por qué? Pues porque
el bus no tenía aire acondicionado, así que nos tocaba estar con la ventana
abierta.
Hicimos varias paradas. La única que
recuerdo: Santa Rosa de Yacuma, en la Provincia de General José Ballivián
Segurola. Eso fue como a las 8pm. Allí compramos algo para cenar –unas papas
con pollo frito, creo- y nos sacudimos un poco el polvo. Una anécdota graciosa
de esta parada fue que cuando estábamos comprando unos refrescos sufrimos una
breve confusión tratando de pedir unos pitillos. No sé qué significa pitillo en
Bolivia, pero la cara de la muchacha fue de antología. Le dimos varios nombres:
pajilla, pajita, popote. Al final resultó ser bombilla. Alguien apuntó a un
bombillo en el techo y preguntó sobre el nombre de eso, que resultó ser
simplemente foco. Entre carcajadas, nos regresamos al autobús.
Pasamos una noche fría. Había comenzado el
ascenso a la cordillera. Mientras dormíamos, atravesamos un tramo espantoso,
con una carretera de tierra pegada a la montaña. Según los que no pudieron
dormir por la pavorosa visión, pasábamos por tramos tan estrechos que el bus
prácticamente era arañado por la montaña en su lado izquierdo mientras evitaba
el precipicio, a centímetros del lado derecho. Yo, en realidad, no vi nada de
eso. Estaba rendido. Solo al despertar, como a las 7am del martes 23 de mayo,
pude ver las montañas neblinosas y sus abismos profundos.
Luego de algunas paradas rápidas, llegamos
a La Paz, Departamento de La Paz, a las 11.30am. El bus nos dejó en una calle
cualquiera y entonces sufrimos el frío por primera vez. Ni Mérida, ni la
Colonia Tovar, ni la oficina de tu jefe a mediodía rivalizan con la temperatura
de La Paz. Eran menos de 10º. Y llovía, además. Rápidamente tomamos un taxi
hasta el Terminal de buses de La Paz.
Ese terminal nos impresionó por su arquitectura. Imitaba mejor una estación de
trenes que de buses. Allí nos despedimos de Jeremye y Luigi. Ellos seguirían
hacia Argentina. Fue una despedida muy rápida, pues nuestro bus salía en diez
minutos. Seguimos solo con Maricarmen, Israel y Antonella, ahora envueltos en
diez mil chaquetas y suéteres. Tomamos bus con la línea Expresos Litoral, con
destino a Iquique, Chile. El bus partió a la 1pm, y costó 90 bolivianos por
persona.
Este tramo nos tenía a todos angustiados. Se
acercaba el cruce fronterizo con nuestro destino, Chile. El paisaje en La Paz y
la ruta que seguía era impresionante, pero no nos distraía de la ansiedad que
nos invadía. En el mismo bus pudimos cambiar los bolivianos a pesos chilenos. Esa
tasa no la recuerdo tampoco, pero nos dieron más de 20000 pesos por lo que nos
quedaba de bolivianos.
Mientras atravesábamos un páramo helado,
el copiloto del bus nos pidió los pasaportes. Los revisó un rato y luego nos
soltó, simpáticamente, que a los venezolanos los estaban regresando en la
frontera. Todos nos pusimos blancos. Según él, no nos dejarían pasar. Jamás entendidos
por qué nos lanzó eso, a mitad del recorrido y a una hora del puesto de control
de Chungará. Aun así, llenamos los papeles que nos dio, que pedirían en la
frontera. Con un nudo apretadísimo en la garganta, vimos la frontera
aproximarse. Nos persignamos y nos encomendamos a una fuerza mayor.
Al bajarnos del bus en el puesto de
control, nos helamos. Ese páramo debía estar alrededor de los 0º. Pasamos primero
por migración de Bolivia, y ahí viene otro boliviano del carrizo a decirme que
no me van a dejar pasar. La cosa fue más o menos así:
Agente boliviano: (Tras mirar el pasaporte. Acoto que yo era el primero de la fila)
¿Venezolano? A los venezolanos los están regresando en la migración chilena. A
menos que traigan contrato laboral o carta de invitación de un ciudadano
chileno.
Yo: (Imperturbable
por fuera, pero muerto de miedo por dentro) ¿Y eso por qué? ¿Solo por ser
venezolano? Yo tengo todos mis documentos en orden, y vengo a visitar a un
familiar que está establecido en Chile.
Agente Boliviano: Yo solo sé que los están
regresando. Yo te sello la salida sin problema, pero luego eres asunto de los
chilenos.
Yo: Sélleme la salida. Yo tengo todo en
orden.
El tipo selló, me devolvió mi pasaporte y
yo me devolví al bus, desolado. Luego Ronny me dijo que le informaron algo
parecido, pero qué más íbamos a hacer. Adelante siempre.
El bus volvió a llenarse, avanzó tres
metros, y nos ordenaron que volviéramos a bajar. Así, literal. El puesto de
control fronterizo de Chile estaba a tres metros de distancia. Allí, por
primera vez en el viaje, nos hicieron bajar absolutamente todo. Admiré –y me
aterré- desde el primer momento el orden y marcialidad de los agentes chilenos.
Pusieron todas las maletas en fila, y a nosotros en otra fila. Primero pasaron
a los bolivianos que venían en el bus. A una señora le quitaron un paquete de
hojas de coca –obvio, ¿no?-. Unos perros nos olfateaban todo. Temblábamos de
frío. El ambiente estaba muy cargado. Y las palabras de los bolivianos
resonaban en mi cabeza.
Al final pasé con el agente de la PDI
(Policía de Investigaciones de Chile). Revisó mi pasaporte, tecleó en su
computadora y preguntó: oficio, lugar de origen y dirección a la que me
dirigía. Le respondí claro y preciso las tres preguntas, selló el pasaporte y me
imprimió el famoso ticket de la PDI. Dije “gracias, buenas tardes” y pasé con
el siguiente. Revisión de equipaje. Pasaron ambas maletas por rayos X, luego
hicieron una revisión manual. Lo único que les llamó la atención fue un fajo de
billetes de 20 bolívares que olvidé cambiar en Brasil. Me preguntaron por la
cantidad y les dije que eran como 1000 bolívares. La agente se rio. Yo me reí,
y mi nerviosismo disminuyó. Tras la orden de que continuara y volviera al bus,
respiré aliviado al fin.
Esperé a Ronny frente al bus, ante la mirada atónita del copiloto
boliviano. Este me preguntó si me dejaron pasar y yo le mostré muy feliz mi ticket
de migración. Ni lo había revisado. Allí lo miré con detalle. Felicidades. Me
sellaron 90 días. Tras ver salir a Ronny, y luego de un rato a Maricarmen,
Israel y Antonella, respiré más aliviado aún y nos montamos todos muy tranquilos. No teníamos nada que ocultar y
pasamos con la verdad por delante. A ellos les preguntaron más cosas, pero era
natural que lo hicieran, pues iban con una niña. Al subirnos de vuelta al bus,
sabíamos que todo iría bien de allí en adelante. Miré a Ronny, y medio en juego
medio en verdad le dije: “Apenas veamos una iglesia en Chile, nos metemos para
dar gracias por esto”. Mientras caía la noche y la temperatura en picada, dimos
gracias en silencio por haber podido pasar.
Que lectura tan amena, te felicito por como describes esta aventura, me pareció muy buena, ojala pudiera emigara hacia Chile igual que tú. Bendiciones para todos ustedes!!!
ResponderEliminarEs una narración que engancha al lector, que mantiene y capta la atención dirigida hasta el desenlace de final de lo narrado. Te felicito, te deseo éxitos, y me gustaría saber como te ha ido en Chile.
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