Ruta del viaje Venezuela-Chile, vía Brasil - Mayo 2017
TRAMO VENEZUELA
De Maiquetía, La Guaira, a Puerto Ordaz, Bolívar
Transporte: Avión, Conviasa
Costo del pasaje: 35000 bolívares
Salida: Aeropuerto Internacional "Simón Bolívar", sábado 12 de mayo, 6am
Llegada: Aeropuerto Internacional "Manuel Piar", sábado 12 de mayo, 7am
Duración: 1 h.
De Puerto Ordaz, Bolívar, a Santa Elena de Uairén, Bolívar
Transporte: Bus, Expresos Oriente
Costo del pasaje: 12000 bolívares
Salida: Terminal de pasajeros Manuel Piar, sábado 12 de mayo, 6pm
Llegada: Terminal de pasajeros de Santa Elena de Uairén, domingo 13 de mayo, 6am
Duración: 12hrs.
Cruce fronterizo Venezuela-Brasil
Transporte: Taxi particular
Costo del pasaje: 4000 bolívares
Hora de salida: 6.30am
Hora de llegada: 7.30am
Duración: 1h.
NOTA: Sellar la salida en el puesto del SAIME
TRAMO BRASIL
De Paracaima, Roraima, a Boa Vista, Roraima
Transporte: Taxi particular
Costo del pasaje: 35 reales por persona
Salida: Puesto de la Policía Federal de Brasil, Paracaima, domingo 13 de mayo, 10am
Llegada: Rodoviaria "José Amador de Oliveira-Batón", domingo 13 de mayo, 1pm
Duración: 3hrs
NOTA: Se sella la entrada en el puesto de la Policía Federal a partir de las 8am. También se puede cambiar bolívares o dólares a reales con algunas personas cercanas al puesto. 1$ = 3 reales
De Boa Vista, Roraima, a Manaus, Amazonas
Transporte: Bus, Asatur
Costo del pasaje: 100 reales
Salida: Rodoviaria "José Amador de Oliveira-Batón", domingo 13 de mayo, 8pm
Llegada: Rodoviaria Manaus, lunes 14 de mayo, 8pm
Duración: 14 hrs.
NOTA: Recomiendo el local "Culinarias da Duda" para comer en el terminal de Boa Vista. Excelente comida, excelente trato.
De Manaus, Amazonas, a Porto Velho, Rondonia
Transporte: Catamarán, F/B "Vieira"
Costo del pasaje: 200 reales
Salida: Porto Demetrio, martes 16 de mayo, 6pm
Llegada: Porto Velho, domingo 21 de mayo, 12am
Duración: 4 días y 18 hrs.
NOTA: La ruta usual se hace con la línea de buses "Transbrasil", cuyo pasaje sale a 240 reales. Si no está disponible, tomar un barco es la mejor opción. Lenta, pero económica.
De Porto Velho, Rondonia, a Guajará-Mirim, Rondonia
Transporte: Taxi particular
Costo del pasaje: 100 reales por persona
Salida: Porto Velho, domingo 21 de mayo, 1pm
Llegada: Guajará-Mirim, domingo 21 de mayo, 4pm
Duración: 3 hrs.
NOTA: El taxi te lleva hasta el puesto de la Policía Federal para sellar la salida. No importa el horario, toquen la puerta y pidan (amablemente, por supuesto) que les sellen la salida.
Cruce fronterizo Brasil-Bolivia
Transporte: Lancha
Costo del pasaje: 6 reales por persona
Duración: 5 min.
TRAMO BOLIVIA
De Guayaramerín, Departamento de Beni, a La Paz, Departamento de La Paz
Transporte: Bus, Línea Vaca Diez
Costo del pasaje: 90 bolivianos
Taxi hasta el terminal: 20 bolivianos (por carrera, no por persona)
Salida: Terminal de pasajeros de Guayaramerín, lunes 22 de mayo, 8.30am
Llegada: Terminal de pasajeros de La Paz, martes 23 de mayo, 12am
Duración: 16 hrs.
NOTA: La oficina de migración abre a las 8am. Si llegan el día anterior, o antes de esa hora en la mañana, vayan hasta el terminal y compren los pasajes para La Paz. Indiquen que son extranjeros y que necesitan que les sellen la salida primero. Con eso, el chofer del bus los esperará de 30 a 45 minutos. Regresen a la Oficina de Migración, sellen entrada y cambien reales o dólares a bolivianos (1$ = 6,9 bolivianos)
IMPORTANTE: Tomen solo taxis de línea. Aléjense de los mototaxistas y de las motocars.
De La Paz, Departamento de La Paz, BOLIVIA, a Iquique, Región de Tarapacá, CHILE
Cruce fronterizo: Puesto de control Chungará
Transporte: Bus, Línea Expresos Litoral
Costo del pasaje: 90 bolivianos
Salida: Terminal de buses de La Paz, martes 23 de mayo, 1pm
Llegada: Terminal de pasajeros de Iquique, miércoles 24 de mayo, 4.30am
Duración: 16 horas
NOTAS: En el puesto de control fronterizo hagan oídos sordos a comentarios de los bolivianos. Es importante tener una dirección bien específica para pasar por el puesto de control chileno. Si tienen eso, todo debería ir bien. Si tienen una carta de invitación o un contrato de trabajo, les irá aún mejor. Pero no teman si solo tienen la dirección. Indiquen que están de vacaciones o visitando a un familiar, no con fines de establecerse en el país.
TRAMO CHILE
De Iquique, región de Tarapacá, a Santiago, región metropolitana.
Transporte: Pullman San Andrés
Costo del pasaje: 25000 pesos chilenos
Salida: Terminal de pasajeros de Iquique, miércoles 24 de mayo, 7am
Llegada: Terminal de pasajeros sur de Santiago, jueves 25 de mayo, 7am
Duración: 24 horas
NOTA: Pueden cambiar bolivianos o dólares en el terminal de Iquique, a 600 pesos por dólar. Cambien solo lo necesario para el tramo a Santiago. En Santiago la tasa de cambio es 1$ = 665 pesos.
Espacio digital del profesor José Daniel Alvarado. Entre bajo su propio riesgo
viernes, 16 de junio de 2017
De Venezuela a Chile: tepuyes, selvas, ríos y montañas. Parte IV - FINAL
PARTE IV: POR LA RAZÓN O POR LA FUERZA
Pisamos Chile por primera vez la tarde del
martes 23 de mayo, alrededor de las 6pm. Nos recibió con un abrazo helado, al
que respondimos con nuestro calor interno. No vimos mucho durante las primeras
horas, pues entramos prácticamente de noche. El bus hizo una parada en un pueblo
cuyo nombre no recuerdo, alrededor de las 9pm. Ronny compró en un restaurante
un pollo al maní. Yo tenía mi apetito muerto desde hacía rato. Primero por el
psicoterror de los bolivianos de la frontera. Luego por la emoción de la entrada al país. Así que
apenas si probé algo. Me supo a nada. Me dormí escuchando a Antonella sorber su
sopa.
A medianoche pasamos por Arica, en la
región de Arica y Parinacota. Nos sorprendió lo movida que se veía la ciudad,
para ser medianoche. Allí el bus hizo parada. Me volví a dormir casi en el
acto. Despertamos en nuestro destino, Iquique, capital de la región de
Tarapacá, alrededor de las 4.30am del miércoles 24 de mayo.
Esperamos a que el terminal despertara. Poco
antes de las 6am, comenzamos a ver movimiento. Ronny consiguió una casa de cambio, y cambiamos solo una parte, porque el señor tenía la tasa
de cambio a 600 pesos por dólar. Nos pareció muy baja. Supimos que en Santiago
podíamos conseguirlo a 665 pesos por dólar, que es la tasa oficial. Así que
solo cambiamos lo suficiente para este tramo del viaje.
1 $ = 665 pesos chilenos
Luego compramos los pasajes. Nos habían
recomendado la línea Ciktur, pero nos
pareció que estaba muy cara –además de cerrada-, así que nos fuimos con la
línea Pullman San Andrés, que tenía
los pasajes a 25000 pesos hasta Santiago, saliendo a las 7am. Esperamos un poco
más, me familiaricé con la moneda local –francamente, que billetes tan bonitos-
y dimos algunas vueltas por el terminal. Vimos que la costa estaba muy cerca.
Así comenzó nuestro penúltimo tramo: Iquique-Santiago.
Un viaje de 24 horas. Puedo decir que aprecié cada una de esas horas. El paisaje
era algo totalmente nuevo para mí. Una impresionante cordillera a mi izquierda
y un inquieto océano Pacífico a mi derecha. Era la primera vez que veía el océano
Pacífico. La ciudad de Iquique me pareció encantadora. Me parece que fue la
última vez que sentí calor en el ambiente. Adiós, temperaturas sobre 15º. Las echaré
de menos.
Poco antes de las 10am hicimos una parada
forzosa en la frontera entre Tarapacá y Antofagasta. Los aduaneros estaban de
paro, así que no pasaríamos hasta mediodía. Aprovechamos la parada para comer y
echar un ojo a la playa. Había un restaurante poco encantador cerca, con unas
empanadas nada memorables. Aquí tuve mi primer encuentro con una realidad que
me tocará vivir por mucho tiempo: en Chile el café colado es una rareza; el
santo patrón cotidiano es el Nescafé. Suena muy bonito durante las primeras tres tazas,
pero luego recuerdas el colador negro de la cocina con sus vapores aromáticos y
dan ganas de llorar.
Fuimos hasta la playa –como a 300 metros
de la carretera- a ver las olas más de cerca, muriéndonos de frío. Luego regresamos,
y menos mal que lo hicimos, porque los aduaneros levantaron el paro antes, y
pudimos pasar a las 11am, tras otro chequeo de pasaporte y equipaje. No me
quejo de esto. Ojalá este tipo de control se llevara a cabo en todas partes.
Y seguimos. Comimos las tres comidas que
ofrecía la línea. Un tanto insípidas. Parecía comida de hospital. Pero se
agradece. Hicimos parada en una ciudad que no recuerdo bien –creo que era
Antofagasta-, en un terminal que casi parecía aeropuerto. Y luego seguimos, y
seguimos, y seguimos.
En general el paisaje del norte de Chile
me pareció fascinante. Como estar dentro de un atlas de geografía o en una
película de corte independiente. Fue surreal atravesar un desierto y tener que
usar dos chaquetas para sobrellevar el frío. Al caer la noche ya no pudimos ver
nada. Solo una terrible película tailandesa que se repitió a sí misma.
Así despertamos el jueves 25 de mayo
llegando a Santiago. Me perdí Valparaíso. Que chimbo. Había neblina y llovía a
la usanza inglesa. Apenas si tuve tiempo para sorprenderme por la cordillera y
los edificios. Llegamos al Terminal de
buses sur de Santiago –creo- y de inmediato compramos pasajes para Los
Ángeles, en la región del Biobío. Aquí nos despedimos de nuestros últimos
acompañantes: Maricarmen, Israel y Antonella. Ellos se quedarían en Santiago. A
nosotros aún nos quedaba camino por recorrer. Nos despedimos y quedamos en
estar en contacto. Con el wifi de la terminal, pudimos dar señales de vida a
nuestros familiares. Luego de eso, y teniendo que esperar aún dos horas para la
salida del bus, teníamos dos urgencias: comunicarnos con mi primo y bañarnos.
En serio. Yo no me aguantaba a mí mismo. Y no porque oliera mal, porque no olía
mal –las cinco capas de ropa lo disimulaban muy bien- sino por la sola idea de
llevar más de 72 horas sin bañarnos. Apenas si me había cambiado la ropa en dos
ocasiones en el baño de los buses. Nuestra salvación vino en forma de un gran
letrero: BAÑOS PÚBLICOS – DUCHAS. Me dio igual pagar 3000 pesos por una ducha. En
ese momento no sabía aún el valor de 3000 pesos. Poder bañarme, con agua
caliente, con jabón y champú, fue como volver a la vida. Ahora sí estaba listo
para afrontar ansiosamente el último trayecto.
No pudimos llamar a mi primo. Y se
acercaba la hora de salida del bus. Resolvimos la situación elegantemente:
fuimos a una tienda y compramos un teléfono y una línea. Compré de una llamada
WOM porque me gustaron sus colores. Sí, lo sé, es una razón tonta, pero me da
igual. Tomamos nuestro último bus en la línea Pullman –por 7000 pesos- y partimos a las 12.30am.
El viaje hasta Los Ángeles duró 7 horas. Resulta
que en Chile los buses no pueden exceder los 100Kms/H. Lo supimos porque pedimos
el asiento delantero del segundo piso del bus, y teníamos una pantalla que
indicaba la velocidad del autobús, y que sonaba con un pito cada vez que el
chofer excedía el límite.
Francamente, no podría describir la
ansiedad que sentí en este último tramo. Luego de casi dos semanas de viaje,
llegaba ya el momento en que debía dejar las maletas quietas y afrontar un
nuevo desafío, el más duro, el más temido, el que narraré en otra entrada de mi
blog: establecerme como inmigrante. Cada kilómetro, cada hora, cada momento que
pasaba y me acercaba más a Los Ángeles caía como un clavo para mí de esta nueva
realidad. Llegamos al Terminal de buses
de Los Ángeles a las 7.30pm. Llamé a mi primo para confirmar la dirección y
anunciar mi inminente llegada. Luego de un último taxi, llegamos a una
callejuela que bien podría haber sido Privet Drive, Little Whinging, Surrey, y
que sería nuestra pista de aterrizaje.
Llegamos con el final del otoño. Los
primeros árboles que vi aún tenían unas cuantas hojas secas. Mi primo Alejandro
nos abrió la puerta de su casa y creo que nunca podré expresarle mi
agradecimiento por ese gesto. Ser inmigrante implica demasiadas cosas, apenas
perceptibles cuando uno planea salir del país, y que golpean muy fuerte cuando llegan
como un otoño implacable. El viaje resulta ser lo más sencillo de todo, al
final del mismo, y casi desearía uno seguir recorriendo calles, regiones,
países, y nunca detenerme, cuando llega el momento de afrontar la realidad: que
hay que comenzar literalmente desde cero. Pero eso es material de otra entrada.
Aquí termina este relato, esta bitácora. Gracias por tu paciencia. Te saludo
calurosamente desde el sur.
De Venezuela a Chile: tepuyes, selvas, ríos y montañas - Parte III
PARTE III: LOS SOBRESALTOS BOLIVIANOS
Bolivia nos dio una fría recepción.
Literal y metafórica. Apenas pusimos un pie en el muelle, sopló un fuerte
viento helado que nos acompañaría un buen tramo. Inmediatamente nos dirigimos a
la oficina de migración de Guayaramerín, Provincia de Vaca Diez, Departamento
del Beni. La oficina estaba cerrada a cal y canto. Según el cartel de horario,
debería estar abierta hasta las 8pm, y apenas iban a ser las 6pm. Tampoco conseguimos
una casa de cambio a la vista. Entonces aparecieron los mototaxistas, o como
sea que se llamen, porque no eran motos como tal lo que conducían. En este
punto pido perdón por lo discriminante o calumnioso que pudiera tornarse mi
discurso, pero es que estos señores lo ameritan. Lo digo de entrada: son unos
estafadores. Se aprovechan del viajero recién llegado para darle vueltas por
todo el pueblo y cobrar por paradas innecesarias. En este punto nos dividimos. La
mitad de nosotros se quedó cuidando las maletas mientras que la otra mitad iba en busca de una casa de
cambio e información sobre la oficina de migración.
El grupo regresó al cuarto de hora. No había
información concreta sobre por qué la oficina de emigración estaba cerrada
antes de tiempo. Solo obtuvieron respuestas vagas vía telefónica. Tampoco hubo
mucho éxito con la casa de cambio. Pudieron cambiar algunos reales a
bolivianos, suficientes para la única opción que nos quedaba: buscar un hotel y
esperar que la oficina abriera al día siguiente a las 8am.
Aprovecho para hablar sobre la tasa de
cambio. Por cada dólar se obtienen 6,9 bolivianos.
1 $ = 6,9 bolivianos
También se puede cambiar lo que haya
quedado de reales a bolivianos, pero no recuerdo la tasa de cambio –con el
rollo de los mototaxistas, lo olvidé-. Pero la diferencia no era mucha. Como sabíamos
que no gastaríamos mucho en este tramo, decidimos cambiar 100$ para los gastos
de ambos. Con 690 bolivianos nos bastábamos.
Los mototaxistas siguieron fastidiando. A
instancias suyas, fuimos a parar a un hotel terrible cuyo nombre me gustaría recordar
solo para que jamás tengan que poner un pie en él. Costó 80 bolivianos por
habitación, que puede ser compartida por cuatro personas, por lo que queda a 20
bolivianos por persona. Supuestamente tenía wifi, pero la señal nunca llegó.
Solo tenía un ventilador y un televisor con tres canales nacionales. Pero esperen,
los mototaxistas aún no salen de este relato.
Los tipos nos llamaron porque
supuestamente le debíamos dinero. Según ellos, la carrera hasta el hotel –ubicado
a dos cuadras de la oficina de migración- salía en 10 bolivianos. Pero ahora
venían con que eran 10 bolivianos por persona, y que por esto le debíamos 30
bolivianos al que nos hizo la carrera, más las vueltas innecesarias que le
habían dado antes a Ronny. Ahí fue cuando se prendió el zaperoco. Ronny y
Jeremye, los más salidos del grupo volvieron a sacar a relucir sus virtudes
ante esos tres bolivianos que creían que podían venir a estafarnos a nosotros,
un grupo de venezolanos bien curtidos en materia de intentos de engaño. Los pobres
no sabían con quien se metían. Ronny y Jeremye le lanzaron una retórica que los
dejó cabizbajos, y eso por ser decente en la descripción de lo que pasó. Que si
eran unos estafadores, que si se aprovechaban del emigrante que estaba de paso,
que creían que uno venía a gastar plata regalada, que si ellos eran lo primero
que uno veía del país que quedaría para lo demás. La estocada vino cuando Ronny
les lanza: “Y si creen que están en su derecho, pues vamos a la agencia de
Policía que está a la vuelta de la esquina”. Los tipos no hacían más que
murmurar. Al final agarraron sus 10 bolivianos y se fueron por donde vinieron.
Lo ocurrido perturbó la paz que traía el
viaje. Pasamos un rato alterados. Al final todo se calmó, nos acostamos a
dormir, y nos preparamos para la siguiente jornada.
Si me extendí en este punto es para
enfatizar una cuestión. Al llegar a Bolivia, ALÉJENSE DE LOS MOTOTAXISTAS. Tomen
solo taxis de línea. Estos son mucho más claros y honestos en sus tarifas. Pendientes.
Al día siguiente, lunes 22 de mayo, a las
5.30am, salimos del hotel antes del amanecer y nos devolvimos a la oficina de
migración, a esperar que abrieran para que nos sellaran. Y aparece un nuevo
sobresalto. Nos enteramos, por una señora que estaba limpiando frente a la
oficina, que esta no abriría sino hasta las 8am. Resulta que los buses que
salen para La Paz lo hacen diariamente a una única hora: 8am. Notan el
problema, ¿verdad? Resulta que el modo de proceder es bien peculiar. Hay que ir
hasta el terminal a comprar los pasajes del bus antes de las 7am, de
preferencia, el día anterior. El chofer del autobús, al saber que uno tiene que
pasar por migración, se compromete a retrasar la salida una media hora para que
uno pueda hacer el sellado. Y así hicimos. Por suerte habíamos salido temprano.
Compramos en la línea de buses Vaca Diez,
en el Terminal de Pasajeros de
Guayaramerín, que está a un taxi de distancia. El pasaje para La Paz costó
150 bolivianos. El taxi cobró 20 bolivianos. Cupimos cuatro personas con el
equipaje.
Luego volvimos a la oficina de migración,
nos sellaron sin problema. Este fue el único lugar donde nos pidieron el
Certificado de vacunación contra la fiebre amarilla. Hicieron preguntas de
rutina: oficio, país de origen, lugar de destino. Y sellan por 30 días,
invariablemente.
Corrimos de vuelta al terminal, ingresamos
el equipaje, compramos el ticket de tasa municipal por 2 bolivianos y nos
montamos en el bus a las 8.30am. Con la perspectiva de una viaje de más de 24
horas por delante, nos pusimos lo más cómodos que pudimos –que no fue mucho- y
nos dedicamos a admirar el paisaje. Francamente, poco que admirar. Gran parte
de las carreteras de Bolivia están sin asfaltar. Así que en menos de dos horas
todos estábamos cubiertos de polvo rojo. Y se preguntarán, ¿por qué? Pues porque
el bus no tenía aire acondicionado, así que nos tocaba estar con la ventana
abierta.
Hicimos varias paradas. La única que
recuerdo: Santa Rosa de Yacuma, en la Provincia de General José Ballivián
Segurola. Eso fue como a las 8pm. Allí compramos algo para cenar –unas papas
con pollo frito, creo- y nos sacudimos un poco el polvo. Una anécdota graciosa
de esta parada fue que cuando estábamos comprando unos refrescos sufrimos una
breve confusión tratando de pedir unos pitillos. No sé qué significa pitillo en
Bolivia, pero la cara de la muchacha fue de antología. Le dimos varios nombres:
pajilla, pajita, popote. Al final resultó ser bombilla. Alguien apuntó a un
bombillo en el techo y preguntó sobre el nombre de eso, que resultó ser
simplemente foco. Entre carcajadas, nos regresamos al autobús.
Pasamos una noche fría. Había comenzado el
ascenso a la cordillera. Mientras dormíamos, atravesamos un tramo espantoso,
con una carretera de tierra pegada a la montaña. Según los que no pudieron
dormir por la pavorosa visión, pasábamos por tramos tan estrechos que el bus
prácticamente era arañado por la montaña en su lado izquierdo mientras evitaba
el precipicio, a centímetros del lado derecho. Yo, en realidad, no vi nada de
eso. Estaba rendido. Solo al despertar, como a las 7am del martes 23 de mayo,
pude ver las montañas neblinosas y sus abismos profundos.
Luego de algunas paradas rápidas, llegamos
a La Paz, Departamento de La Paz, a las 11.30am. El bus nos dejó en una calle
cualquiera y entonces sufrimos el frío por primera vez. Ni Mérida, ni la
Colonia Tovar, ni la oficina de tu jefe a mediodía rivalizan con la temperatura
de La Paz. Eran menos de 10º. Y llovía, además. Rápidamente tomamos un taxi
hasta el Terminal de buses de La Paz.
Ese terminal nos impresionó por su arquitectura. Imitaba mejor una estación de
trenes que de buses. Allí nos despedimos de Jeremye y Luigi. Ellos seguirían
hacia Argentina. Fue una despedida muy rápida, pues nuestro bus salía en diez
minutos. Seguimos solo con Maricarmen, Israel y Antonella, ahora envueltos en
diez mil chaquetas y suéteres. Tomamos bus con la línea Expresos Litoral, con
destino a Iquique, Chile. El bus partió a la 1pm, y costó 90 bolivianos por
persona.
Este tramo nos tenía a todos angustiados. Se
acercaba el cruce fronterizo con nuestro destino, Chile. El paisaje en La Paz y
la ruta que seguía era impresionante, pero no nos distraía de la ansiedad que
nos invadía. En el mismo bus pudimos cambiar los bolivianos a pesos chilenos. Esa
tasa no la recuerdo tampoco, pero nos dieron más de 20000 pesos por lo que nos
quedaba de bolivianos.
Mientras atravesábamos un páramo helado,
el copiloto del bus nos pidió los pasaportes. Los revisó un rato y luego nos
soltó, simpáticamente, que a los venezolanos los estaban regresando en la
frontera. Todos nos pusimos blancos. Según él, no nos dejarían pasar. Jamás entendidos
por qué nos lanzó eso, a mitad del recorrido y a una hora del puesto de control
de Chungará. Aun así, llenamos los papeles que nos dio, que pedirían en la
frontera. Con un nudo apretadísimo en la garganta, vimos la frontera
aproximarse. Nos persignamos y nos encomendamos a una fuerza mayor.
Al bajarnos del bus en el puesto de
control, nos helamos. Ese páramo debía estar alrededor de los 0º. Pasamos primero
por migración de Bolivia, y ahí viene otro boliviano del carrizo a decirme que
no me van a dejar pasar. La cosa fue más o menos así:
Agente boliviano: (Tras mirar el pasaporte. Acoto que yo era el primero de la fila)
¿Venezolano? A los venezolanos los están regresando en la migración chilena. A
menos que traigan contrato laboral o carta de invitación de un ciudadano
chileno.
Yo: (Imperturbable
por fuera, pero muerto de miedo por dentro) ¿Y eso por qué? ¿Solo por ser
venezolano? Yo tengo todos mis documentos en orden, y vengo a visitar a un
familiar que está establecido en Chile.
Agente Boliviano: Yo solo sé que los están
regresando. Yo te sello la salida sin problema, pero luego eres asunto de los
chilenos.
Yo: Sélleme la salida. Yo tengo todo en
orden.
El tipo selló, me devolvió mi pasaporte y
yo me devolví al bus, desolado. Luego Ronny me dijo que le informaron algo
parecido, pero qué más íbamos a hacer. Adelante siempre.
El bus volvió a llenarse, avanzó tres
metros, y nos ordenaron que volviéramos a bajar. Así, literal. El puesto de
control fronterizo de Chile estaba a tres metros de distancia. Allí, por
primera vez en el viaje, nos hicieron bajar absolutamente todo. Admiré –y me
aterré- desde el primer momento el orden y marcialidad de los agentes chilenos.
Pusieron todas las maletas en fila, y a nosotros en otra fila. Primero pasaron
a los bolivianos que venían en el bus. A una señora le quitaron un paquete de
hojas de coca –obvio, ¿no?-. Unos perros nos olfateaban todo. Temblábamos de
frío. El ambiente estaba muy cargado. Y las palabras de los bolivianos
resonaban en mi cabeza.
Al final pasé con el agente de la PDI
(Policía de Investigaciones de Chile). Revisó mi pasaporte, tecleó en su
computadora y preguntó: oficio, lugar de origen y dirección a la que me
dirigía. Le respondí claro y preciso las tres preguntas, selló el pasaporte y me
imprimió el famoso ticket de la PDI. Dije “gracias, buenas tardes” y pasé con
el siguiente. Revisión de equipaje. Pasaron ambas maletas por rayos X, luego
hicieron una revisión manual. Lo único que les llamó la atención fue un fajo de
billetes de 20 bolívares que olvidé cambiar en Brasil. Me preguntaron por la
cantidad y les dije que eran como 1000 bolívares. La agente se rio. Yo me reí,
y mi nerviosismo disminuyó. Tras la orden de que continuara y volviera al bus,
respiré aliviado al fin.
Esperé a Ronny frente al bus, ante la mirada atónita del copiloto
boliviano. Este me preguntó si me dejaron pasar y yo le mostré muy feliz mi ticket
de migración. Ni lo había revisado. Allí lo miré con detalle. Felicidades. Me
sellaron 90 días. Tras ver salir a Ronny, y luego de un rato a Maricarmen,
Israel y Antonella, respiré más aliviado aún y nos montamos todos muy tranquilos. No teníamos nada que ocultar y
pasamos con la verdad por delante. A ellos les preguntaron más cosas, pero era
natural que lo hicieran, pues iban con una niña. Al subirnos de vuelta al bus,
sabíamos que todo iría bien de allí en adelante. Miré a Ronny, y medio en juego
medio en verdad le dije: “Apenas veamos una iglesia en Chile, nos metemos para
dar gracias por esto”. Mientras caía la noche y la temperatura en picada, dimos
gracias en silencio por haber podido pasar.
De Venezuela a Chile: tepuyes, selvas, ríos y montañas - Parte II
PARTE II: MUITO OBRIGADO, BRASIL
Entramos a Brasil el domingo 14 de mayo de
2017 poco antes de las 8am. Arrastramos nuestras maletas por una carretera
mojada por más de 500 metros, hasta llegar al puesto de la Policía Federal de
Brasil. El puesto abre a las 8am. Mientras esperábamos la apertura, vimos a
unos muchachos que estaban cambiando bolívares a reales. Allí nos enteramos que
el cambio de bolívares a reales sale mejor que de dólares a reales, así que,
futuro viajero, si estás leyendo esto NO TE MATES POR CAMBIAR TODOS TUS
BOLÍVARES A DÓLARES, ya que en la frontera con Brasil el cambio sale a 1500
bolívares por 1 real, mientras que 1$ son 3 reales. Saca las cuentas y verás
que te ahorras unos cuantos miles de bolívares. Para fines prácticos, repito la
tasa de cambio a la fecha (14/05/17)
1500 Bs. = 1 Real
1 $ = 3 Reales
Los que cambian parecen malandros, pero la
verdad es que son confiables. Aun así, tomen sus previsiones: no vayan solos y
eviten cambiar en un lugar muy escondido. Nosotros cambiamos 200$, lo cual nos dejó
con 600 reales. Según nuestros cálculos, con eso bastaba para que dos personas atravesaran
todo Brasil. Resultó ser así. Hasta nos quedaron algunos reales para cambiar en
Bolivia.
La Policía Federal comenzó a atender a las
8am. Quedamos entre los primeros diez y pasamos sin complicaciones. Entonces
surgió el problema del idioma. Yo iba todo feliz y confiado con mi curso
incompleto de Duolingo, hasta que el policía me lanza una avalancha de sonidos
incomprensibles que resultó ser portugués. Sin embargo, me hice entender.
Preguntó por mi destino. Le dije que quería cruzar el país, e ir a Bolivia.
Entonces me recomendó una ruta, sacó su teléfono y con Google Maps me mostró a
qué ciudades debía ir. Una alusión a un río y a Porto Velho salió en la
conversación, pero yo no hice mucho caso. Más tarde entendería la razón de
ello. Me sellaron por 20 días y listo.
Ronny salió después, y le sellaron apenas
8 días. Jamás entendimos la razón. Fue entonces cuando conocimos a Jeremye y a
Luigi, dos venezolanos que también estaban en plan de emigrantes. Nos pusimos
de acuerdo para hacernos mutua compañía durante gran parte de nuestro trayecto,
ya que ellos no tenían nuestro mismo destino. Hasta La Paz, Bolivia, seríamos
compañeros de viaje. Ellos tardaron más en ser atendidos, así que entre una y
otra cosa, terminamos tomando taxi para Boa Vista a las 10.20am.
El taxi se toma de una línea que está
establecida justo al lado del puesto de control fronterizo. Caben hasta cinco
personas y sale a 40 reales por persona, hasta Boa Vista, Roraima. Cabe
destacar que nosotros nos encontrábamos en la ciudad de Pacaraima, Roraima. El
viaje duraría entre dos y dos y media horas.
Llegamos medio dormidos a la Rodoviaria José Amador de Oliveira en
Boa Vista, a las 12.30am. De inmediato conseguimos las líneas con destino a
Manaus. Elegimos Asatur por tener un
precio de oferta y ofrecer wifi y puestos de carga para celulares en su bus.
Nuevamente, tendríamos una tarde de espera por delante, pues el bus saldría a
las 8pm. El pasaje salió a 99 reales por persona. Pasamos toda la tarde entre
la “sala de espera” de Asatur –no era
una sala de espera, solo eran dos sofás colocados frente a la taquilla de venta
de pasajes, y nosotros los invadimos hasta la noche- y la feria de comida. Allí
conseguimos un buen puesto de comida, llamado “Culinarias da Duda”. Es atendido
por venezolanos –entre magallaneros y caraquistas- y tienen muy buenos precios.
En este punto recomiendo que ustedes,
futuros viajeros, hagan lo mismo que nosotros: comprar un adaptador para sus
cargadores. De aquí en adelante, será muy raro que consigan un tomacorriente
como los de Venezuela.
A las 7.30pm nos acercamos al andén de Asatur y nos preparamos para abordar. Nos
acomodamos en nuestros asientos, pusimos a cargar las tablets y la laptop, y
lamentamos que la señal del wifi jamás funcionara. Teníamos señal, pero no conexión. Punto negativo, asatur.
Al día siguiente, lunes 15 de mayo de
2017, a las 7.30am, llegamos a la Rodoviaria
do Manaus, en Manaus, Amazonas Y entonces, la gran sorpresa. La ruta que
nos debía llevar hasta Porto Velho, Transbrasil,
en un viaje de 24 horas, no estaba funcionando, porque una inundación
había dejado inhabilitados ciertos tramos de la carretera que atravesaba el
Amazonas. Pero rápidamente un taxista vino en un nuestro auxilio. Nos indicó
que si bien no podíamos viajar en bus, teníamos la opción de tomar un avión o
un barco para llegar a Porto Velho. Por supuesto, el avión estaba fuera de
nuestro alcance económico, así que optamos por un barco. Por 40 reales, nos
llevó al centro de Manaus a comprar pasajes para el barco y luego nos llevó
hasta el Porto Demetrio, donde estaba anclado el F/B “Vieira”, de la Agência
Campo Sales. Solo cuando estuvimos en la cubierta del “Vieira” fue que terminamos
de entender que el barco saldría al día siguiente, martes 16 de mayo a las 6pm.
Nuestra sorpresa fue mayúscula, pero estaba por aumentar. El viaje duraría
cinco días, llegando a Porto Velho el domingo 21 de mayo alrededor de las 6pm.
Tras un breve periodo de sorpresa y
estupefacción, me encogí de hombros y me resigné. Pensé entonces “vacaciones
adelantadas en el Amazonas” y así fue como tomé aquel contratiempo. El pasaje
costó 200 reales por persona, y gastamos unos 50 reales más, entre hamacas y
provisiones.
Pasamos ese lunes preparándonos para el
viaje. Compramos hamacas. Es obligatorio comprarlas, ya que es donde
dormiríamos durante todo el viaje, y dormir en el suelo no era una opción.
Nuestra anfitriona, la muy atenta Lily, nos ayudó en todo momento. Donde
comprar comida, qué cosas necesitaríamos para el viaje, los horarios, el uso
del baño de abordo. De todo. Me atrevería a decir que a pesar de que apenas
compartimos cinco días de viaje, la considero mi amiga, una amiga en el
amazónico Brasil.
Con el paso de las horas conocimos a otros
venezolanos que serían nuestros compañeros de viaje: Israel, Mari Carmen y
Antonella, una familia valenciana con una encantadora hijita; Arturo, un
valiente emigrante que viajaba solo; David, otro emigrante, más silencioso que
los anteriores, y una pareja de cubanos, Yoliet y “Pipo”. Más adelante se nos
unirían dos cubanos más. Luego conocimos a una encantadora aventurera
argentina, Berenice. De esta manera, hicimos nuestra pequeña sección de
ruidosos hispanohablantes en la cubierta. A bordo iríamos unos cuarenta
pasajeros, todos con sus maletas, hamacas, y demás enseres. Por cinco días pude
experimentar la calidez del trato de los brasileños, la variedad del paisaje
amazónico, la exquisita abundancia de la comida carioca y el ataque constante
de los insectos al anochecer.
Por más incómodo que pueda sonar todo
esto, el viaje fue muy enriquecedor y más placentero de lo que se pudiera
pensar. Dormíamos en nuestras hamacas, o nos tendíamos en el piso a sobrellevar
el calor. Comíamos a tres horas exactas: café de la mañana a las 6am, con lo
que todos se levantaban tempranito, almuerzo a las 11am, generalmente constaba
de pasta, arroz, pollo o carne, ensalada, granos o sopa –NOTA: el arroz y la
pasta no eran excluyentes entre sí-, y la cena a las 5pm. Por lo general la
cena era tan abundante como el almuerzo. ¿Por qué tan temprano, se preguntarán?
Porque cenar al anochecer, bajo el latigazo de un ejército de insectos, no es
nada agradable.
Este es un tramo que si les toca hacer
deben afrontarlo con paciencia y buen temple. Es una oportunidad única de estar
en contacto con la selva del Amazonas y el río Madeira. Los paisajes cambian
por hora, y con suficiente atención y aguante, es posible ver muchos animales
interesantes. Yo llegué a ver tucanes, macacos, serpientes en la costa, una
guacamaya roja espectacular, muchas toninas y un enorme cocodrilo.
Cuando ya la rutina estaba por volverse
hábito, llegamos a Humaitá, el sábado 20 de junio a las 9am. Este sería el
último puerto antes de Porto Vehlo. Muchos brasileños se bajaron aquí, así que
el barco quedó casi completamente para nosotros. Ese día cantamos, reímos, las
mujeres se secaron y arreglaron el pelo, yo me afeité la incipiente barba, y
preparamos todo para nuestro último día en Brasil. Aquella tarde el ambiente
estuvo festivo. Viajeros de cuatro nacionalidades compartían una cena más,
antes de separarse por esos caminos de Dios.
Disfruté enormemente la travesía del “Vieira”.
Me permitió conocer maravillosas personas y parajes, y entender la magnitud de
lo que significa salir del país a aventurarse en busca de una nueva vida, del
crecimiento personal. Olvidé por un buen tramo la incertidumbre del porvenir y
los pesares que dejaba atrás, para solo sentir la tranquilidad y calidez de las
aguas amazónicas.
El domingo poco antes de mediodía
divisamos Porto Velho a la distancia. Ansiábamos poder seguir nuestro viaje.
Pero yo admito que en mi interior tenía un ligero deseo de no bajarme de ese
catamarán, solo ponerme una pañoleta y ser parte de la tripulación. Esta idea no
se la dije a nadie. Me parecía muy risible.
Lily, nuestra anfitriona, en lo que
considero un gran acto de bondad, llamó a un par de taxis para que nos llevaran
hasta Guajará-Mirim, la frontera con Bolivia. Lo agradecimos enormemente, pues
resultaron ser muy cómodos y más económicos que los que rondaban por allí.
De Porto Velho, Rondonia, hasta
Guajará-Mirim, Rondonia, el viaje duró tres y media horas, y salió en 100
reales por persona. Vimos los últimos paisajes brasileños, demasiado exóticos y
salvajes como para describirlos con exactitud. A las 4.30pm llegábamos a la
ciudad fronteriza de Guajará-Mirim. Los taxistas nos llevaron al puesto de la
Policía Federal. Por un momento el alma se nos cayó a los pies, pues el horario
colgado en la puerta decía que atenderían nuevamente, por ser domingo, de 8pm a
9pm, y nosotros, naturalmente, queríamos cruzar a Bolivia antes del anochecer.
Entonces los más salidos del grupo hicieron valer sus virtudes tocando la
puerta y preguntando si nos podían atender fuera de horario, justo ahora. Los
agentes, muy amablemente, nos abrieron la puerta y uno a uno nos fueron sellando
los pasaportes.
Luego del sellado, los taxistas nos
llevaron hasta el puerto fluvial, de donde salían las lanchas que cruzaban el
río hasta Bolivia. Allí pagamos 8 reales por persona, abordamos la lancha y en
menos de diez minutos ya estábamos en el siguiente país.
Me despedí de Brasil con cierto pesar. No pensé que me gustaría tanto
esa parte del viaje. Pensé que apreciaría más el trato con bolivianos, hermanos
de idioma, pero me di cuenta más tarde que no sería así. Nuestros primos
idiomáticos fueron infinitamente más amables y cálidos. Con la lluvia en la
cara, y el viento agitando el pabellón bicolor, miré atrás, a la otra orilla
del río, y pensé: muito obrigado, Brasil.
De Venezuela a Chile: tepuyes, selvas, ríos y montañas - Parte I
ADVERTENCIA AL LECTOR PRÁCTICO
Esta es una bitácora de viaje muy detallada. Es posible que resulte menos prosaica de lo que esperas. Ahondaré en descripciones y detalles, mezclando los aspectos prácticos del viaje con otros más "espirituales". Sin embargo, en la última entrada colocaré un resumen de la información que posiblemente buscas: costo de pasajes, duración, horarios de llegada y salida. Buen viaje.
PRIMERA PARTE: LA PATRIA
Tras unos cuantos meses de clandestina
preparación, y luego de haber informado a todos mis seres queridos sobre la
decisión tomada, llegó el día de armar mi maleta, organizar mis
documentos y dejar la comodidad de mi hogar para emprender un nuevo rumbo:
la emigración.
Mi viaje inició el viernes 12 de mayo del
2017, a las 6.15am. Salí del terminal de pasajeros Big Low, en Valencia, Carabobo, y llegué al terminal de La Bandera, Caracas, a las 8.40am.
Costo del pasaje: 3200 bolívares. Aquí me despedí de mi papá y de mi hermano
Carlos. En su momento ninguna lágrima fue derramada, y el abrazo fue más corto
de lo que el camino por delante pudiera ameritar, pero solo el cielo sabe
cuánto he llorado por esa separación. Mi papá subiendo mi maleta al autobús, el
apretón de manos, el abrazo y el “hasta pronto” son tesoros que alberga mi
corazón y que me dan calidez en las frías noches de este nuevo país que ahora
me acobija.
![]() |
Del Big Low a La Bandera |
Ya en la capital, pasé el día con la
familia de quien sería mi compañero de viaje y vida a partir de entonces, Ronny
Sperandío. Almorzamos con su familia, dimos los últimos y muy conmovedores
adioses con un nudo en la garganta y salimos rumbo a La Guaira a las 4pm, desde
la plaza La Concordia.
Fue el papá de Ronny el encargado de
llevarnos hasta el hotel Catimar en
La Guaira. Nuestro vuelo a Pto. Ordaz, Bolívar, estaba programado para el día
siguiente a las 6am, y debíamos estar en el aeropuerto nacional al menos dos
horas antes. Por eso decidimos quedarnos en un hotel. El hotel Catimar nos
llamó la atención por sus económicos precios y la opción de traslado al aeropuerto
sin cargo extra en cualquier horario. Hicimos el check-in a las 5pm y pasamos la tarde viendo películas. Al caer la
noche bajamos al restaurante del hotel –cuyo servicio nos pareció pésimo- y
dimos un paseo por la playa que queda frente al hotel. Pensaba en ese momento
que estábamos parados en la cabeza del continente, mirando el Caribe y
sintiendo su aliento caliente por última vez en mucho tiempo. Luego de eso
regresamos al hotel, programamos el despertador a las 3am y nos fuimos a
dormir.
Despertamos muy temprano y rápidamente nos
preparamos para salir. En recepción ya estaban otros huéspedes que se dirigían
al aeropuerto. De los ocho presentes, solo nosotros dos íbamos al nacional. Llegamos
al Aeropuerto Internacional Simón
Bolívar –Maiquetía- y prácticamente despertamos a todos a nuestro paso.
Aclaro nuevamente que estábamos en área de vuelos nacionales. Digo que
despertamos a todos porque mi maleta era realmente ruidosa. Las rueditas
estaban desgastadas, así que traqueteaban terriblemente al rodar. Y pensar que
así la arrastré por cuatro países. Lo primero que hicimos fue dirigirnos a la
taquilla de Conviasa, la aerolínea en la que previamente habíamos comprado
nuestros boletos -32000 bolívares cada uno-. Luego de notar que no había nadie
porque habíamos llegado demasiado temprano, pesamos las maletas, acomodamos un
poco el peso –que no podía exceder los 23kgs.- y Ronny fue a que las embalaran.
Esta medida es muy práctica para evitar robos durante el traslado. Alrededor de
las 4.30am inicio el movimiento: entregamos los comprobantes de pago, revisaron
pasaporte, entregamos las maletas, nos dieron los boletos y pasamos al chequeo.
Allí pasamos por el famoso detector de metales, pasaron el equipaje de mano por
rayos X y nos hicieron pasar al área de espera. Allí tomamos asiento, de frente
al naciente amanecer, nos conectamos al wifi de aeropuerto para informar del
avance a nuestras familias y esperamos el inicio del abordaje.
Poco antes de las 6am abordamos el avión. Así
iniciábamos el primer tramo, al despuntar el alba del sábado 13 de mayo del
2017. Fue mi primer vuelo. Me pareció emocionante, aunque corto. Apenas duró 50
minutos. Alrededor de las 7am estábamos aterrizando el Aeropuerto Internacional Manuel Piar, en la ciudad de Puerto Ordaz,
estado Bolívar. Nos recibió un clima lluvioso. Tomamos un taxi en la salida del
aeropuerto que nos llevó hasta el Terminal
de pasajeros de Puerto Ordaz, que queda cruzando la calle desde la salida
del aeropuerto. Allí enfrentamos una realidad que francamente no habíamos
considerado: que los horarios de llegada y salida no siempre nos favorecerían. Suena
obvio, pero en realidad no lo habíamos tomado en cuenta.
![]() |
Amanecer en Maiquetía |
Nuestra siguiente parada sería Santa Elena
de Uairén, en la frontera con Brasil, pero todos los buses salían a las 6pm. Eso
implicaba una espera de casi once horas en el terminal. Allí tuvimos nuestro
primer ataque de desesperación, cuyo resultado fue tomar un taxi hasta el
terminal de pasajeros de San Félix, a 20 minutos de distancia. Supuestamente allí
conseguiríamos un bus que saliera antes de mediodía. Error. Fuimos hasta allá
solo a gastar dinero en taxis. Igual los buses salían en la tarde-noche. Además,
nos dimos cuenta de que teníamos poco efectivo –ese fue un error mío- y que
casi nada funcionaba con punto de venta. Retornamos al Terminal de Puerto
Ordaz, medio derrotados, y compramos pasajes en la línea de buses Expresos
Caribe. El encargado nos atendió con mucha amabilidad y nos dio buenas
recomendaciones, como la custodia de maletas, en el local de al lado. Allí
dejamos las maletas y nos dispusimos a esperar paseando en el C.C. Orinokia,
que queda muy cerca del terminal. El pasaje nos salió a 12000 bolívares cada
uno. Pudimos pagar con tarjeta.
Luego de un día caminando y comiendo
comida rápida, regresamos al terminal –yo, con la idea de que nos habían robado
el equipaje en la custodia, o algo así- y retiramos nuestras maletas sin ningún
problema. El bus llegó puntual, nos acomodamos y así comenzó el siguiente
tramo, el viaje de 12 horas hasta Santa Elena de Uairén.
Durante la noche el bus hizo muchas
paradas: personas que se bajaban o subían, revisión de Guardias Nacionales –y nosotros
con un nudo en la garganta- o paradas para ir al baño. Despertamos con la
esperanza de ver algún tepuy antes de salir del país, pero los únicos que vimos
estaban demasiado lejos. Eso sí, el paisaje de la Gran Sabana es asombroso, aun
visto desde la periferia. Nos sentíamos en el borde del mundo.
A las 6.30 am del domingo 14 de mayo, día
de las madres, llegamos al diminuto Terminal
de pasajeros de Santa Elena de Uairén. Llegamos a un andén lleno de tierra
roja. Tomamos un taxi en la salida del terminal, compartido con otro viajero,
que nos cobró 4000 bolívares por persona hasta la frontera. El recorrido duró
una media hora. Llegamos a la aduana, donde unos Guardias Nacionales nos
hicieron bajar las maletas, para una revisión. Revisaron cada centímetro del
equipaje, incluso agitando los libros que llevábamos. Tal vez buscaban dólares.
Nuestros organizadores ni los miraron. A lo mejor lo tienen prohibido. Nos preguntaron
a dónde nos dirigíamos y yo respondí que a Bolivia. “¿Y por qué escogieron esta
ruta?” preguntó uno de ellos, “Porque nos pareció más rápida y barata”,
respondí yo. Luego de eso no dijeron nada más. Nos indicaron que debíamos
sellar la salida en el puesto del SAIME,
que ya tenía una pequeña cola, y así tuvimos nuestro último encuentro con
quienes tanto nerviosismo causaron a nuestro tramo venezolano.
En el puesto del SAIME nos sellaron el
pasaporte tras un par de preguntas de rutina: oficio, lugar de origen y país de
destino. “Docente”, “Valencia, Carabobo” y “Brasil” fueron mis respuestas. Al
salir, el taxista ya se había ido, así que nos tocó cruzar la frontera a pie,
bajo una insidiosa llovizna. En lo alto de una loma ondeaban los pabellones
venezolano y brasileño. Allí, a un cuarto para las ocho, dejamos atrás la gran
y bendecida tierra de Venezuela. Por primera vez mi pie hollaba suelo
extranjero.
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