viernes, 7 de octubre de 2022

Level 29 o de como asumir que ya no tienes 20

Ahora resulta que te preocupa el orden de la casa
Tomas café, negro, guayoyo, sin azúcar
Despertar temprano
Revisar las redes
Planificas todo el día mientras te cepillas los dientes
Abres los ojos un minuto antes de que suene la alarma
¿Qué día es hoy?
Martes, jueves, domingo
Llevas presupuesto. Lo ignoraras por completo
Llega la factura. Paga la factura.
Jura que consumirás menos agua el siguiente mes
No te bañas por dos días
Lavas los platos con agua caliente
Sigues escuchando Evanescence
Mientras coleteas la logia
Aprendes a decir logia
Entiendes dónde queda la logia
Coleccionas plástico y metal
Es la iconografía de tu identidad
Tomas fotos
Celebras las reacciones
Ignoras el messenger
Te gusta Tarantino
Ves por fin el patrón de Tim Burton
Aún así, ves Tim Burton
Relecturas interminables 
Antes leías dos libros por mes
Con suerte terminas uno en un año
¿A dónde se va el tiempo?
Gota a gota se desliza
Por tu celular
Por el microondas
Por la televisión
Si tienes que hacer algo a las tres
Ya no puedes hacer nada en la mañana
Revisar la hora cada media hora
Echarle agüita a la ansiedad
Que crezca sana tu compañera
Trotar por las mañanas
Ir en bici a todas partes
No olvidar la bolsa ecológica

martes, 20 de marzo de 2018

Si preguntas por mis días...

5.45. La alarma del celular suena y despierta a media casa. Generalmente tardo unos dos o tres intentos en silenciarla. Si hace frío, tardo más, porque la pantalla del celular no reacciona ante el calor de mis dedos. Me explico. Estos provocan un cambio de temperatura tan repentino que la pantalla se empaña, lo cual dificulta el funcionamiento del touch. Durante nuestros primeros días aquí esto era un verdadero fastidio. La alarma suena a esta hora de miércoles a lunes. Solo el martes tengo el placer culposo de levantarme tarde -en promedio, a las 8am-, ya que este es mi día libre en la panadería.

Un nuevo día en la panadería
5.46 - 6.00. Tras desembarazarme de la o las cobijas -dependiendo de la estación-, voy por mi cepillada de dientes matutina. Trato de hacer la menor cantidad de ruido posible, pero por lo general tumbo un banquito, el celular, varios platos y una silla. Hago shhhh, como si con eso fuera a solucionar algo, y sigo mi camino. Tardo poco tiempo en el baño. Al entrar, saludo y acaricio a la aturdida Nina, que suele dormir junto al lavamanos. Me mira con reproche, por interrumpir su plácido sueño, y se deja acariciar. Me miro al espejo, evalúo qué tanto me faltó por dormir para reponerme, y sigo con mi rutina. De aquí paso a la habitación nuevamente. Pongo una almohada sobre la cara de Ronny -no, no es un intento de asesinato; trato de evitar el encandilamiento que ya le produje a la coneja- y enciendo la luz. Invariablemente, me visto de la siguiente manera, con pequeños cambios de temporada: ropa interior -boxer, medias-, primera capa térmica -si la temperatura está a 10° o menos-, jean o mono, zapatos, franela -o polera, como le dicen aquí-, suéter, parca, abrigo o cortavientos -dependiendo de la temperatura, humedad y viento-, pasamontañas, bandana de neopreno para el cuello o bufanda -depende de cómo me vaya, si a pie, en bicicleta o en colectivo-, y guantes. Luego de todo esto, recuerdo que soy cegato, y me pongo mis lentes.

Inmediatamente, preparo mi bolso. Ahí va mi ropa para trabajar en la panadería -pantalón, franela, gorro, medias, todo blanco. Y un delantal. Negro-. Reviso que la tablet tenga carga, al igual que los audífonos. Estos son muy importantes. El trayecto hasta la panadería es sumamente tedioso sin música. Para terminar, meto llaves, celular y una manzana en el bolsillo exterior. Esto es una tontería, porque igual tengo que volver a sacar las llaves para salir de la casa.

Los Ángeles, Biobío
https://www.google.co.ve/maps/@-37.4689281,-72.3592735,14z
6.01 - 6.25. Entre quince y veinte minutos tardo en llegar de mi casa a la panadería. Son dieciocho cuadras, algunas más largas que otras. Al menos seis de esas cuadras las recorro en ciclovías. El resto, compartiendo la vía con otros vehículos de motor. Dependiendo de la época del año, el trayecto puede ser en la más negra y cerrada madrugada o con el albor del amanecer traspasando la cordillera. De todas maneras, nunca estoy realmente a oscuras; el alumbrado de las calles funciona perfectamente. Durante este recorrido mi playlist avanza entre cinco o seis canciones. No se ven muchos carros o peatones a esta hora. Solo algunos perros y trabajadores madrugadores.

6.30 - 11.30. Este es mi primer turno en la panadería. La mañana suele transcurrir con tranquilidad, rutinaria. Mi compañero y yo surtimos el aparador con hallullas, marraquetas, amasados, bocados de dama, copihues y dobladitas. Todos, panes chilenos, por supuesto. Posiblemente te suenen muy raro. Pero son realmente buenos. Un dato curioso: Chile es el segundo país más consumidor de pan del mundo. Así que el trabajo realmente nunca nos falta. Dependiendo de la temporada, puede ser mayor la cantidad de producción que se nos exija. Me parece algo sumamente curioso que la venta se incremente con la disminución de la temperatura. No miento. Y si llueve, prácticamente se triplica la exigencia. Noto que la idiosincracia del chileno implica desear más el consumo de un pan calentito cuando el clima es inclemente. Acompañado de un té o un café.

Marraquetas, en primer plano.
Al fondo, panes de chicharrón
Además de pan, hacemos masa de empanada. En Venezuela la llamaríamos masa de pastelitos. Este proceso me parece el más trabajoso de la mañana. Esta masa se hace con una sencilla mezcla de harina, manteca, sal y agua caliente. La masa debe quedar menos hidratada que la de las hallullas o marraquetas. Esto dificulta un poco su manipulación, pero es importante para obtener la firmeza necesaria para elaborar empanadas. En más de una ocasión nos hemos topado con una iracunda cocinera que nos recrimina haber dejado la masa muy blanda. Mea culpa. Esta masa se pasa por la sobadora, primero formando largas planchas de un centímetro de espesor, y luego pasando esta, en secciones más cortas, hasta obtener largas láminas sumamente delgadas. Estas láminas se amontonan, con abundante harina espolvoreada entre ellas, y luego se corta con moldes circulares. Quitamos el excedente y apilamos los discos en torrecitas de veinte unidades. Estas masas se meten en bolsas plásticas, se guardan en bandejas plásticas y se refrigeran hasta que las cocineras la requieren para hacer empanadas. En este punto suplico que imaginen la empanada en su versión chilena, con los bordes doblados en ángulos y cocidas en horno, y no aquellas empanadas doradas y fritas que hacemos con harina de maíz en nuestra región tropical. Son una delicia, ambas. Estas empanadas generalmente se rellenan con pino -un guiso de carne similar al de la hallaca- y, como mencione, se hacen horneadas. También hay una variedad frita, que se rellena con queso, champiñones, camarones, pollo o más pino. A estas las llamaríamos pastelitos. Una delicia, también.

Bocado de dama
11.30 - 15.15. Este periodo es mi descanso. Regreso a casa luego de terminar el primer turno, y tras haberme aseado del montón de harina que cubre mi persona. Regreso en bicicleta, bus o colectivo, dependiendo de lo que tenga que hacer, o del clima. Si llueve mucho, por ejemplo, prefiero dejar la bicicleta en la panadería y recuperarla en la tarde. Otro caso es cuando tengo que hacer algo en el centro: algún trámite, envío, ir a alguna tienda, verme con Ronny o pasar a dejar algún pedido de empanadas para nuestra amiga Lorena. A esta hora el tráfico ya está bien movido. Sin embargo, no he tenido inconveniente alguno con los otros compañeros de vía. La gente suele ser muy respetuosa por la señalización y las normas de tránsito. Algunos vehículos respetan la reglas del metro y medio de espacio con respecto al ciclista que circula por el hombrillo. Es ahí cuando uno reconoce a un ciclista al volante. Sin embargo, he notado un mal hábito de ciertos peatones, que es caminar sobre la ciclovía. Algunas veces he tenido que detenerme porque alguna imprudente señora considera que la ciclovía es el lugar ideal para pasear a su "guagüita" en coche. Por mi cortesía innata que casi raya en la pendejez, procuro no decirles nada. Me limito a adelantarlos rápidamente apenas tengo la oportunidad. Ronny ya les hubiera mentado a su señora progenitora en repetidas ocasiones.

Calle Colo Colo, parte de mi recorrido diario
Mi ruta de regreso es, casi invariablemente: Av. Padre Hurtado, Colo Colo, Ercilla, Tucapel, Colón, Orompello, Villagrán. Y listo, en casa. Aquí puede estar o no Ronny esperándome para almorzar. Dependiendo de si tiene guardia en su trabajo. Durante este rato solemos tomar "colación", ver algunos capítulos de las series que seguimos -The Big Bang Theory, Games of Thrones, Los Simpsons, Strangers Things-. También juego League of Legends, si tengo tiempo -soy SirDan1992 en LAN, por cierto-. Leo alguna revista -Muy Interesante o National Geographic-, o algún libro -actualmente, solo Stephen King-. También tomo alguna siesta de una hora, si da tiempo. Mi alarma vuelve a sonar a las 15.15 y me preparo para partir. Según el día, a esta hora salgo para mi segundo turno de la panadería -lunes, jueves y viernes- o para ir al gimnasio -miércoles y sábado-. El domingo no hay segundo turno, ya que trabajo solo medio día.

16.00 - 19.00 o 17.30 - 20.30. Este segundo turno en la panadería es variable, según el día. Si me toca entrar a las 16.00, preparo las primeras hallullas, amasados, marraquetas, y esa maravilla hipercalórica que es el pan de chicharrón. A nuestros ojos, sería más un pan de pernil. Es una cosa del otro mundo. Pero un corazón sano no soportaría su consumo diario. Cuando llega mi compañero, ya casi todo mi trabajo está hecho. Aprovecho y hago una breve pausa para tomar once. "Tomar once" es una expresión que se utiliza para referirse a la merienda, aunque esto no es del todo exacto. Lo veo más como una "pre-cena", ya que a veces puede ser un simple té con galletas o bien algún pan con cecina, queso más un jugo. Incluso he llegado a comer pizza con la excusa de que es un "once", antes de la cena. Cosas de Chile. Que genialidad.

Gimnasio Iron Fitness
Luego de este segundo turno, si salgo a las 19.00, me dirijo al gimnasio. Este está a medio camino entre la panadería y mi casa. A veces entreno solo, a veces con Ronny, a veces con un amigo llamado Marcelo. He logrado convertir el entrenamiento en un hábito cotidiano. Eso es todo un éxito en mi "to do list". Mi mayor reto fue comenzar. Eso lo logré gracias a Ronny, y a mi buena amiga Nazaret, que sentó un precedente siendo mi primera compañera de gym por allá en el 2015. Lo demás ha sido relativamente sencillo. Y sí he sentido los resultados. Aunado a una nutrición cuidadosa -es increíble como hemos logrado sacar el refresco y las galletas de nuestros días- me siento mucho mejor, físicamente. Al fin he podido poner en sintonía a mi renuente cuerpo con los otros dos habitantes de mi ser. De vehículo oxidado ha pasado a ser un genuino templo para la conservación de mi paz mental.

Ocasional cena en Papa Jhon's
20.30 - 23.00. Mis días terminan con una cena y algún entretenimiento frugal. Al caer la tarde, me pongo al día con mis redes sociales, converso con amigos, con mi familia, mi papá y hermanos. En algunas ocasiones comemos fuera: algún completo italiano -un perro caliente con tomate, palta y mayonesa-, uno que otro churrasco, una pizza en Papa Jhon´s -porque las demás que hemos probado nos han decepcionado-, o bien, sushi, que aquí se vende, casi literalmente, en cada esquina. Nos ha sorprendido, y causado una enorme gracia, que el sushi se venda en pizzerías, locales de comida china y hasta en puestos callejeros en el centro. A diferencia del marco de comida lujosa y exótica que tenía en Venezuela, aquí es mucho más cotidiano, menos sorprendente. Su sabor depende de quien lo prepare. Hasta el momento, el de un local llamado Yoshi Sushi ha sido nuestro favorito. Lo admito, mi favorito. Ronny prefiere un restaurante chino-japonés de la Av. Alemania.

Solemos ver muchos tops en Youtube, listas de Watchmojo, más capítulos de las series que seguimos o una que otra película, muy ocasionalmente. A las once ya no puedo más con mi alma y caigo dormido como una piedra. Nos distraemos, sencillamente, para que la nostalgia no encuentre lugar donde arrimarse en nuestros días. Sin embargo, nunca olvidamos de donde venimos, lo que somos y a quienes amamos. Somos venezolanos, inmigrantes, profesionales, y esta es nuestra nueva vida.

Proximamente seguiré publicando entradas sobre el estilo de vida en el sur de Chile. Cada día descubro algo nuevo, y mi renacida capacidad de asombro me empuja a compartir mis experiencias con mis valientes lectores.

Hasta la próxima clase.

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martes, 2 de enero de 2018

Noventa días - Parte IV (FINAL): El visado

A estas alturas es bien sabido que Chile exige visa a muchos de sus visitantes, si desean establecerse por motivos laborales, educativos, entre otros. Muchos blogs, páginas, perfiles y videos de YouTube abordan el tema con más o menos precisión, según sea el caso. El portal del Departamento de Extranjería y Migración de Chile explica el proceso y tipo de visa por la que se puede optar con bastante claridad. En esta última entrada relacionada con mi experiencia durante mis primeros noventa días en Chile me limitaré a explicar los pasos que yo di para obtener mi visado, sin abordar aspectos relativos a otros tipos de visas o procedimientos. Esto fue lo que hice, y solo a mi proceso personal me remitiré. Otro blog, mucho más amplio y especializado en el tema que el mío -Venezolano en Chile- ya ha contestado muchas dudas sobre este proceso migratorio.

Laguna La Esmeralda. Foto: Lorena Matheus
Desde el primer momento, y basándome en las indagaciones que había realizado antes de partir de Venezuela, sabía que la Visa por motivos laborales sería que la solicitaría. Esta es la más común. El requisito principal para procesarla es haber sido contratado por un empleador o empresa chilena, con inicio de actividades comprobable. Este lo obtuve gracias a mi empleo en la panadería. Este contrato, además de notariado, debe contener una serie de clausulas que se precisan en el portal de Migración y Extranjería. Es muy importante que aparezcan en el contrato, redactadas con claridad, y de preferencia, siguiendo las recomendaciones del portal. Entre ellas está la remuneración que se va a percibir y el compromiso del empleador a hacer las retenciones y pagos  pertinentes al régimen previsional chileno -más adelante volveré sobre este punto, pues es muy importante por acá.

Una vez obtenido el contrato notariado, me dirigí a la oficina migratoria más cercana, ubicada en el edificio de la Gobernación de Biobío, frente a la Plaza de Armas de la ciudad, con los otros requisitos exigidos: dos fotocopias de mi pasaporte, dos fotocopias de la tarjeta de turismo -el ticket de la PDI- y dos fotos tamaño carnet. Estas últimas me parecieron muy curiosas. Son diminutas, de 2x3cm, e incluyen el nombre completo y el número del pasaporte del retratado en la parte inferior, en letras blancas de imprenta sobre un fondo negro. Son una rareza comparadas con las de uso común en Venezuela. Con todo esto metido en una carpeta, más los documentos originales a la mano, me dirigí raudo a la oficina migratoria.

Aquí fue atendido rápidamente por la única encargada de la oficina. En aquel entonces, agosto de este año, trabajaba ella sola allí. En mi última visita, ya tenía dos asistentes a su cargo, y un sistema de citas para ser atendido. Así habrá aumentado el número de extranjeros. Pero no vayan a creer que se trata solo de una marea de venezolanos huyendo de la crisis. Resulta que somos el grupo más reciente de inmigrantes que acoge el país austral. Desde hace tiempo, grupos haitianos, peruanos, bolivianos, colombianos, entre otros, han escogido Chile como su nuevo hogar. Así lo he comprobado, tanto en las calles como en la sala de espera de la oficina. Allí aguardé unos pocos minutos para ser atendido. Una vez en presencia de la encargada, solicité formalmente mi visa. La señora recibió mi documentación, los recaudos, me hizo algunas preguntas, relacionadas con mis datos personales, padres, lugar de origen, educación y profesión, y sobre mi empleador. Todo transcurrió con total normalidad. De inmediato, tras haber ingresado la solicitud, me dio la planilla para cancelar mi permiso de trabajo, el primer documento que extendía mi periodo de estadía legal en el país.

La ciudad de Los Ángeles, desde el edificio Manuel Rodríguez
En este punto acoto que el proceso migratorio funciona distinto en las provincias que en la capital. Si bien algunos amigos y conocidos me han dicho que han tenido que esperar hasta dos meses para obtener el primer permiso de trabajo, he sabido también, sobre todo por mi experiencia personal, que el permiso se obtiene de manera inmediata en la oficinas regionales. Tras cancelar el arancel del permiso -0.5 U.T. o unos $20000-, volví a la oficina. La encargada selló mi permiso, válido hasta el 11 de diciembre, y me dijo "Bien, vaya a trabajar, pues". Me despedí radiante, con una sonrisa, y salí al frío de la calle, con una sensación de ligereza indescriptible. Ya el plazo de noventa días no era importante. Ya podía estar, como mínimo, hasta diciembre sin problema alguno.

Aclaro que el permiso de trabajo es distinto a la Visa de trabajo, o al RUT. Este permiso es una tarjetita que contiene los datos del extranjero y el plazo de validez del mismo, y el sello que lo autoriza a laborar en el territorio. Con este permiso no se puede tramitar el RUT, aunque sí permite solicitar un RUT provisorio en la oficina del Servicio de Impuestos Internos (SII), pero vaya que es un RUT inútil este último. A mí me provocó más problemas y confusiones que otra cosa. Sobre todo porque la oficina de la AFP (Administradora de Fondo Previsional) te genera otro, totalmente distinto, hasta la obtención del RUT. Sí, lo sé. Demasiadas siglas para un solo párrafo. Continuando con la diferencia entre permiso de trabajo, Visa laboral y RUT, el segundo es una estampa que se coloca en el pasaporte del extranjero, y suele tardar varias semanas o meses en ser aprobado, mientras que el RUT es la cédula de identidad que sirve para prácticamente todo. Me encanta ver como aquí han logrado organizar casi todos los aspectos cotidianos, laborales, legales o educativos a partir del RUT. Para todo te lo piden. Lo cual puede ser muy estresante para el extranjero recién llegado, que se ofusca cuando todo el mundo te pide tu surrut -chiste tomado de Un Wey Weón.

Plaza de Armas. Al fondo, Catedral de
Santa María de Los Ángeles
Comento rápidamente sobre el fondo previsional chileno. Este es, básicamente, el fondo de pensión y salud. Son temas que no comprendo del todo. Ronny es más ducho en estas áreas. Solo sé que este fondo se abona mensualmente, a partir de la liquidación del mes. Aquí, la liquidación hace alusión al paso mensual del trabajo realizado, no a un término de la relación laboral. A eso se le llama finiquito. Esta liquidación mensual refleja el monto que el empleado generó, del que se impondrán los porcentajes que van al fondo previsional. Este se divide en dos, principalmente: FONASA, que es el Fondo Nacional de Salud, y representa el 7% de las imposiciones, y la AFP -Administrador de Fondo Previsional- con consiste en un ente privado al que uno se afilia y que administra el fondo de pensión -o algo así-. En mi caso, me afilié a la AFP Planvital, y esta impone un 10,7% del sueldo mensual. Juntas, representan casi un 20% que se descuenta del sueldo. Lo que queda, se considera sueldo líquido, y es lo que uno percibe a fin de mes.

Es importante tener todo esto es orden y solvente al momento de recibir la estampa de la visa en el pasaporte. Una vez que esta llega, se cancela el arancel de la misma -1 U.T. o algo así como $40000-, y esta se te estampa en el pasaporte. ¡Listo! Ya puedes olvidarte de los noventa días. En mi caso, recibí la notificación de la aprobación el 13 de diciembre. Ese mismo día pagué el arancel, pero por las muchas solicitudes de la oficina de migración, tuve que pedir una nueva cita para que me estamparan la visa. La cita fue para el 2 de enero. Esta primera visa que uno obtiene es provisional, con duración de un año. Luego se puede renovar por un periodo de igual duración, o se puede pedir una definitiva, de mayor duración. Posteriormente, se puede solicitar la nacionalidad. Pero aún no me he puesto a indagar sobre esto. Será para después. Ya con la visa estampada en el pasaporte, se debe acudir a la oficina más cercana de PDI -Policía De Investigaciones- para realizar el registro en sus archivos. Con el documento obtenido de esta entrevista, se acude al Registro Civil para tramitar el primer RUT. Además del registro de la PDI, me tocó llevar fotocopias del pasaporte -página de datos, página donde aparece el sello de entrada y página donde del estampado de la visa- y fotocopia del ticket de la PDI. Allí se cancela un arancel, se toman datos, huellas, fotos, y se obtiene de manera inmediato el número del RUN personal. La llegada del carnet tarda un par de semanas, con aviso de retiro por el correo.

Visa temporaria obtenida
Y así, queridos lectores, se establece uno legalmente en este hermoso país. Este fue mi proceso. Conozco a muchos que han tramitado la visa en calidad de profesionales, empleando sus títulos apostillados y una propuesta laboral, como fue el caso de Ronny, pero no el mío. Este proceso tiene ciertas diferencias fundamentales, pero no las conozco todas, así que no ahondaré en ello. Otra opción es pedir asilo político, pero esta es una decisión que debe estudiarse detenidamente, para comprender todas las implicaciones que tiene. Varios conocidos tomaron esta opción, y gracias a ella, también lograron establecerse. 

Gracias a Dios, mis valores, mi buena crianza y mi chispeante personalidad, he logrado desempeñarme bien en mi trabajo, y este me ha permitido obtener mi visa. Es importante, muy importante, saber que cada venezolano que emigra es un representante involuntario de toda nuestra cultura. Nuestros errores no son percibidos como las fallas de un individuo, sino de un colectivo, de toda la venezolanidad emigrante. No escucharemos decir "Daniel es un flojo", sino "el venezolano es flojo". Se escuchará así en las calles, en los medios de comunicación y en la boca de todos. No todos estamos conscientes de la responsabilidad que tenemos sobre nuestros hombros al salir de Venezuela, ya que justamente vamos a crearnos una mejor vida, no a repetir los errores que nos llevaron a esta situación. Por fortuna, lo que a mis oídos ha llegado han sido comentarios positivos. Sé que estamos haciendo un buen trabajo, y que estamos regando por el mundo nuestra alegría, nuestro humor, nuestro carácter trabajador. Sigamos así, y por favor, dejemos atrás la viveza, aprovechemos esta única y dura oportunidad de aprender lo mejor de estas culturas que nos reciben. No es fácil obtener la oportunidad. Por favor, hagámosla valer.

Así concluye esta relación de mis principales experiencias vividas aquí durante los primeros noventa días. ¿Aún tienes dudas? ¿Algún aspecto quedó poco claro? Comenta y con gusto responderé. Seguiré relatando en futuras entradas las curiosidades que poco a poco se me han hecho cotidianas. Por ahora, hasta la próxima clase.

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domingo, 3 de diciembre de 2017

Noventa días - Parte III: Mi agridulce primer empleo

La siguiente parte de mi anécdota es escabrosa. Lamentablemente, tendré que ser objetivo en mi narración. Procederé al estilo Pocaterra, sin rectificar ni sacrificar; narrar únicamente. Con la única excepción de cambiar el nombre de las personas involucradas. Para hacerlo un poco más impersonal, pues realmente me cuesta rememorar esas semanas medio amargas.


Plaza Rebolledo, Av. Ricardo Vicuña
Conseguí mi primer empleo a mediados del mes de junio, como lo mencioné en la entrada anterior. Lo conseguí en un local de comida rápida en la Av. Ricardo Vicuña. Allí me desempeñaría como vendedor. Al menos eso creí al principio. En realidad, mis funciones iban desde acomodar todo el local al abrir, hasta llevar la contabilidad del negocio del señor, que a fines narrativos llamaremos Don Nosferatu. Aquella fría mañana de junio recibí las primeras instrucciones de Don Nosferatu, las cuales procuré seguir y memorizar lo más fielmente posible: que si la posición de las sillas, las mesas y las sombrillas -sombrillas en pleno invierno, por Dios-, que si el etiquetado de los productos -galletas, refrescos, chocolates-, que si promocionar los "excepcionales" combos del local -todos con sobreprecio. Era común que Don Nosferatu consiguiera errores en todo lo que yo hiciera, por más que me esforzara. Según entendí por sus reiterados comentarios, el don ya había trabajado con inmigrantes, y estos le habían resultado decepcionantes. Con esto en mente, me propuse cambiar su perspectiva con mi buen trabajo -modestia aparte- y mis hábitos profesionales. Sin embargo, con el paso de los días, y luego de las semanas, supe que no había nada que hacer. Estaba lidiando con un perverso jefe explotador, megalómano y mitómano, cubierto bajo el falso manto de un cristiano de mucha fe, que apenas podía disimular su altos niveles racismo, misoginia y xenofobia. Menciono la misoginia por el modo en que trataba a mi única compañera de trabajo, a quien dedicaré unas buenas líneas más adelante. Don Nesferatu fue una prueba de fuego para mí, que jamás había tenido la mala suerte de laborar bajo la tiranía de un déspota, que ni a la altura del sucio de la suela de los zapatos de mis tres jefes anteriores -una dueña de librería y dos directores, ambos excepcionalmente profesionales- podía aspirar a llegar. No exagero, lectores míos. No son licencias poéticas. Fueron dos meses de amargas experiencias, que tuvieron que transcurrir como prueba, penitencia o fatum, no lo sé, pero que fueron superadas y me permiten, desde mi memoria, agradecer cada día en mi nuevo empleo.

¿Y por qué duré tantas semanas trabajando para Don Nosferatu? En primera instancia, porque era una entrada de dinero. Y sí, yo agradecía cada vez que podía ese aspecto de mi vida laboral. Don Nosferatu me pagaba $10000 diarios, la primera semana, y luego $11000 diarios, hasta el último día. Trabajaba de lunes a viernes, desde las 10.00 hasta las 20.00. Diez horas diarias. Diez horas en teoría, pues nunca salíamos puntualmente. En más de una ocasión Ronny, indignado, me vio llegar a las 21.00, o un poco más. Estas diez horas eran continuas, sin espacio de almuerzo -o colación, como dicen por aquí. Comíamos en los momentos que pudiéramos considerar libres. Sin embargo, aunque injustas eran las condiciones en que laboraba, yo agradecía el dinero que nos permitía pagar nuestro arriendo, la comida y los pocos gastos varios que nos permitíamos. En segundo lugar, permanecía allí porque Don Nosferatu me había prometido un contrato, tras un mes de prueba. De más está decir que ese contrato jamás llegó, a pesar de mi insistencia. Busqué el modelo, lo redacté, revisé el Código del Trabajo chileno, se lo di en varias ocasiones en su mano, pero nada pasó. En este punto admito que nunca fui lo suficientemente firme en mi exigencia. Me apegaba a argumentos racionales, como el hecho de que estaba trabajando con visa de turista, lo cual es ilegal, o que mis días sellados estaban corriendo inexorablemente a su final, pero nada minaba la cara de tabla del don. Ronny me reprochaba mi falta de carácter, y razón no le faltaba. Dejé pasar lo impensable, que los problemas de mi trabajo entraran en mi casa, y se sucedieron muchas noches de tristeza. Yo seguía trabajando para Don Nosferatu, con sus abusos y sus falsas promesas de contrato, viendo como cada día se acercaba más la fecha tope, el fatídico 23 de agosto marcado a fuego en mi mente, y no me atrevía a reclamar mis derechos, por no creerme poseedor o digno de ellos, sin atreverme a renunciar y a buscar nuevas opciones. En otras palabras, me quedé allí dos meses porque se me estaba haciendo cómodo y me estaba conformando a vivir con la miseria, el miedo y los atropellos.


Invierno. Laguna La Esmeralda
Pero hubo alguien que me dio un apoyo vital. Mi compañera de trabajo, a quien llamaré Minerva. Solo ella conocía tanto como yo lo que se vivía en ese local. Ella es testigo fiel y vivo de lo que pasaba allí, de nuestros intentos mutuos de mantener viva nuestra fuente de ingresos, a pesar de la húmeda presencia de Don Nosferatu. Creo, ahora, que ella sufrió más atropellos que yo. Pero a diferencia de mí, Minerva no se quedaba con la palabra en la boca. Ella sí le decía lo suyo al don. Le reclamaba lo justo y lo necesario. Con cuanto regocijo recuerdo ahora ese "viejo de mierda" que le espetó en nuestro último día de trabajo, aquel martes lluvioso de agosto. Al principio, me ayudó a identificar los productos -yo que en mi vida había visto un Chocman, una Tritón o un Suny-, me enseñó muchas expresiones comunes de los chilenos -de esto hablaré largo y tendido en otra entrada-, y, cuando notó mi muda desesperación por la cercanía de la fecha tope de mis noventa días, me dio palabras de consuelo y esperanza, además de ese épico "viejo de mierda", que puso punto final a un periodo oscuro, pero finito. Te agradezco, Minerva, con todo mi corazón, haber sido mi primera amiga en Chile, y espero que por cada frío día que tuvimos que trabajar allí tengas muchos años de cálida felicidad.

Fue, justamente, ese último altercado con Don Nosferatu, la bofetada que necesitaba. Para hacerla corta, pasó algo que llevaba días pasando. Que nos habíamos quedado sin suministros a la mitad de un pedido. ¿Cómo se preparan dos churrascos gigantes sin carne, dígame usted? Fue eso lo que le preguntamos al don, que ni se inmutaba ante nuestra desesperación, pero igual nos exigía "levantar las ventas de su local, que se lo teníamos destruido". Minerva no pudo más ante tal "cara de tablismo", y agarrando sus cosas y disculpándose sinceramente conmigo, abandonó el local, a las 14.30, aproximadamente. El don no la vio irse, pues había salido refunfuñado a comprar la susodicha carne. Para cuando volvió, yo ya tenía me renuncia en los labios. Apenas si me dejó a hablar. Estalló en improperios ante la ausencia de Minerva, y me pintó castillos y unicornios para que no me fuera. Media hora después, yo ya estaba a media ciudad de distancia, atravesando la lluvia y enfrentando nuevamente el desempleo, pero con una paz dentro de mí que no había sentido en semanas. Fue como quitarme el guardapelo maldito de Tom Riddle, y notar otra vez el calor volviendo a mí.

The baker
Esa misma tarde fui a una panadería ubicaba en la Av. Sor Vicenta, por un anuncio de periódico que me habían pasado. Pero no era para mí. Ya el empleo estaba tomado. De todas maneras, como le dije a Minerva entre risas, hubiera sido un nuevo record haber tenido un periodo de desempleo de apenas una hora. Sin embargo, tuve que esperar poco para dar con una oferta laboral. El jueves de esa misma semana, caminando bajo la lluvia, atravesé toda la Colo Colo y llegué hasta la Av. Padre Hurtado, a una entrevista en una panadería, recomendado por la hermana de una amiga que habíamos conocido durante nuestras primeras semanas. Allí recibí una oportunidad. Un amabilísimo señor, Don Amadís, me ofrecía un puesto de panadero. Me daba dos semanas para aprender, un día de prueba, y un contrato a tiempo indefinido si superaba ese periodo. No necesitaba más. En menos de una semana, ya podía hacer hallullas, amasados y pan de chicharrón por mi cuenta. Me tomó más dominar la masa de empanadas, el hojaldre y los copihues. Pero para cuando llegó mi día de trabajar solo, sin mi instructor, los resultados fueron satisfactorios. Y lo demás es presente. Aquí sigo, mejorando cada día, entendiendo el curioso arte de los panes, aprendiendo a amar mi nuevo oficio.


En la siguiente entrada entraré en un tema más útil, derivado de la obtención de mi primer contrato laboral: el proceso del visado. Por ahora, me despido. ¿Tienes dudas? Pues comienza a comentar.

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martes, 14 de noviembre de 2017

Noventa días. Parte II: Buscando trabajo

Mi proceso de búsqueda de trabajo comenzó el día viernes 26 de mayo del 2017. Salimos de casa de mi primo, muriendo de frío, en una mañana que no superaba los 8º. Lo primero que hicimos fue actualizar nuestros CV, ya que en Chile estos deben ser más sencillos, con la información esencial de contacto, sin tanta parafernalia. Incluso nos sorprendió saber que colocar una foto era algo inusual por estos lares. Comenzamos en un ciber ubicado en la calle Colo Colo con Valdivia, frente al icónico -y único- McDonald´s de la ciudad de Los Ángeles. Allí simplificamos nuestros CV e imprimimos unos treinta cada uno. ¿Por qué tantos? Pues para aumentar las posibilidades de éxito.

A repartir CV
Es bien conocido que en Chile necesitas una visa de trabajo para poder laborar legalmente. Para poder tramitar esta visa es necesario un contrato o una propuesta laboral -esta última solo válida para profesionales con título universitario apostillado. Pero nadie te va a contratar si no tienes RUT o al menos una visa en trámite. Entonces, ¿cómo hace uno? Pareciera un círculo vicioso sin salida. ¿Cómo se procede? Pues más o menos de la siguiente manera. Advertencia, esto no es un proceso categórico e infalible; es solamente un relato del modo en que procedimos, según ciertas recomendaciones que nos dieron.

Para comenzar, uno debe optar a algún trabajo temporal, sin contrato, e incluso, de paga diaria. Esto es porque para un empleador chileno, es una responsabilidad muy grande contratar a alguien, especialmente un extranjero, sin conocer sus hábitos laborales y personales. Un trabajo temporal, como vendedor, bodeguero, limpiador, entra otros, permite dar a conocer tus habilidades y destrezas, además de tu personalidad. Esto sería como un periodo de prueba, en el que si das una buena impresión de tu carácter laboral, y con un poco de suerte, puedes salir contratado por el empleador, o al menos recomendado para laborar en otra empresa o negocio. Una vez contratado, uno puede dirigirse a la Oficina de Migración y Extranjería más cercana, con el contrato notariado, y comenzar el trámite de la visa.

Es importante que este trámite inicie antes de culminar los primeros noventa días en el país. Sino, se tiene que solicitar una prórroga en la oficina más cercana de la PDI, y pagar una cierta cantidad. 

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Modelo de RUT chileno
Nosotros comenzamos a repartir CV ese mismo día. En cualquier tipo de local, negocio o tienda, sin fijarnos en si buscaban o no personal. Por primera vez en mi vida, me enfrentaba a este tipo de proceso de búsqueda de empleo. Yo solo había trabajado dando clases en dos liceos, cuyo proceso de búsqueda se limitó a una llamada telefónica un día, una entrevista el siguiente, e iniciar actividades al tercer día. Ahora tenía la novísima tarea de ofrecer mis servicios en cualquier área: como vendedor, cajero, almacenista, personal de mantención -o mantenimiento, en Venezuela-, guardia de seguridad, entre otros muchos oficios. En el 75% de los casos, solo nos recibían el CV con un cortés interés. En unos pocos casos, diría el 20%, nos preguntaban por oficios anteriores, por si teníamos visa o RUT, o disponibilidad de tiempo y traslado. Estos casos nos llenaban de esperanza. Un 5% nos rechazaba de pleno el CV, por varias razones -falta de RUT, suficiente personal, no estaban interesados. Estos últimos, aunque pocos, eran duros golpes a nuestra moral, ya tambaleante.

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Plaza de Armas de Los Ángeles
Cubrimos casi todo el centro de Los Ángeles los primeros dos días. Caminamos y caminamos, por calles y avenidas desconocidas, con el frío metiéndosenos por cada resquicio del cuerpo. El domingo -el tercer día de nuestra llegada a la ciudad- tomamos un "descanso". Por la simple razón de que ningún negocio estaba abierto. En este punto, el consejo general era "no desesperen", "el trabajo puede tardar", "esperen con paciencia que los llamen", pero resulta que en una situación así es muy fácil perder la esperanza. Sobre todo cuando pasaban los días y nadie llamaba, solo nos limitábamos a seguir en nuestra repartición de CV, cada vez más escasos, en cada vez menos lugares. Asistimos a varias entrevistas, incluso llegamos a ir a la ciudad de Concepción -a unas tres horas de acá- por una llamada. Fuimos al sótano de un hospital. A tiendas. A hoteles. A funerarias -no es broma. Pero no pasaba nada. Ya llevábamos una semana buscando, y nada pasaba. No nos preocupaba tanto la falta de dinero, pues teníamos una base que podría durarnos varias semanas. Nos preocupaba el correr de los días, ver como de noventa pasábamos a ochenta, luego a setenta, y así, hasta que tarde o temprano el último grano de arena cayese sobre nosotros y nos dejara completamente fuera de base. Sin vergüenza admito en este punto que pasamos muchas tardes y noches de llanto ahogado y silencioso, acompañándonos el uno al otro, o solos en alguna para mientras el otro iba a alguna entrevista. Llorábamos por la desesperación, por la falta de oportunidades. Llorábamos por la lejanía de todo lo que conocíamos y nos daba seguridad. Lloramos mucho, ante lo desconocido y la incertidumbre que nos oprimía el pecho al cerrar cada día.

Al cabo de dos semanas, llegó un destello de luz. Un señor, con antecedentes de trabajar con extranjeros, tenía una vacante para trabajar. Ambos nos dirigimos a su local en la Av. Ricardo Vicuña. Solo me llamó a mí. Eso ocurrió el lunes 5 de junio. Esa misma mañana, recibí el adiestramiento de todas mis funciones en el local de comida rápida. Pensé que solo sería el cajero, pero tenía que hacer de todo, desde disponer las mesas y sillas del local por las mañanas, hasta llevar la contabilidad diaria del negocio, pasando por el aseo y limpieza diario. Era un trabajo sin contrato, de paga diaria, pero me servía para un doble propósito: comenzar a ganar dinero, en lugar de agotar nuestras reservas, y tener la oportunidad de un contrato.

Pocos días después, Ronny también consiguió un empleo temporal en una tienda del centro. Así, de la noche a la mañana, nuestras plegarias fueron oídas. Este proceso de búsqueda de trabajo pareció más un asunto de suerte y fe que otra cosa. Pero apenas era el comienzo. Lloramos una o dos veces más, por agradecimiento y nostalgia, pero ya sin esa asfixiante sensación de pavor que nos llegaba con cada atardecer. Solo Dios sabía lo que habíamos pasado, y lo que aún faltaba por pasar. A nosotros nos llevó tres semanas dar con un empleo. Otros tardan meses en conseguirlo. Algunos, lo consiguen al día de llegar. Esta fue nuestra experiencia. Y sé que muchos pasaron por algo similar, o ignoran lo que se siente la búsqueda implacable durante los primeros días. ¿Tú que opinas? Déjame tus comentarios y preguntas, y yo te responderé. Más adelante, seguiré relatando las agridulces experiencias que me dejó este primer empleo, y mi llegada al oficio de panadero que satisface mis días actualmente.

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martes, 7 de noviembre de 2017

Noventa días - Parte I: El clima

Al cruzar la frontera chilena, todo inmigrante legal recibe una boleta expedida por la PDI (Policía De Investigaciones). En ella aparecen tus datos personales -nombre, número de pasaporte, oficio- y además, tus datos como inmigrante. Entre estos, el más importante, tu tiempo de estadía como turista, si entraste bajo esta etiqueta. Poco para algunos, mucho para otros, este tiempo se limita a noventa días. La cifra que enmarca el inicio de la nueva vida de un inmigrante en Chile.

Desde que se te entrega este famoso "ticket de la PDI", tienes noventa días para estabilizar tu situación en el país, si es tu intención establecerte laboral, académica o domésticamente. Hay que comenzar desde cero. Adaptarse al clima, a las normas, a los regionalismos. Adaptarse, sencillamente. La regla de oro de quien deja su patria y decide radicarse en cualquier otro país es muy simple: Adáptate al entorno; no esperes que este se adapte a ti. Nada de "pero en mi país se hace de otra manera", nada de "ay, que feo habla esta gente", nada de "yo lo hago así porque siempre lo he hecho así". Eres tú el nuevo en el lugar, que se ha desarrollado de una manera única por mucho tiempo. Tú te integras a este nuevo lugar aprendiendo, aceptando y practicando sus normas y modos de proceder. Para nosotros, los venezolanos, implicará entender, en el caso chileno, que la ciudadanía no es una característica opcional para moverse por las calles. Es una obligación. Y si eres de los que tenían colgada al cuello la "viveza criolla" como un mantra cotidiano, me temo que el proceso de adaptación te costará más.

A continuación, haré un breve resumen de mi experiencia durante mis primeros noventa días en Chile, específicamente, en la ciudad de Los Ángeles, región del Biobío, más a manera anecdótica que pedagógica. Comenzando por...

El clima

Aunque parezca superfluo este punto, la verdad es que fue el clima el primer reto que tuvimos que enfrentar. Desde que pasamos por la oficina de la PDI en el puesto fronterizo de Chungará, en la región de Arica y Parinacota, el frío se hizo presente. Recuerdo, en este punto, que nosotros llegamos el 23 de mayo, es decir, en pleno otoño. En esta temporada ya comienza a sentirse el frío. Un frío que ningún venezolano habrá experimentado en su país, ni siquiera en Mérida o Táchira. Al descender del bus, en Chungará, la temperatura rondaba los 4º.  Esta baja del termómetro se debía a la época del año, la altitud de la cordillera andina y la hora del día. Cuando pasamos la frontera, ya casi caía la noche. Era alrededor de las 18.00. Nuestras chaquetas y suéteres, guantes y pasamontañas quedaron minimizados ante la tarea que tenían por delante. Apenas si nos protegían del frío. Aquella noche en el bus fue una noche helada, pero nada que ver con lo que nos esperaba más adelante.

Las más de 24 horas que tardó el trayecto entre Arica y Parinacota y Biobío fueron muy frías. Atravesamos un desierto con vaho saliendo de nuestras bocas. El terminal de buses de Santiago parecía una nevera gigantesca. Pero todo eso quedó como poca cosa al llegar la noche del jueves 25 de mayo. Llegamos al terminal de buses de Los Ángeles, alrededor de las 19.00, con una espesa niebla rodeándonos. La temperatura debía estar entre los 5º y los 7º celsius. Nos calentamos como pudimos, primero en el taxi que nos llevó hasta la casa de mi primo, y luego en la sala de su casa. Aun recuerdo nuestra primera noche como la noche más fría que jamás haya vivido, tratando de dormir con la ropa inadecuada entre cobijas que resultaban insuficientes para la gelidez que nos envolvía. Mucho nos costó llegar a dormir, y a cada rato nos despertábamos entre temblores y revuelos de sábanas. Al llegar la madrugada, la temperatura seguía bajando. Estábamos bajo el cero. Y no había el menor indicio de que mejorara.

Con todos los suéteres puestos
Ese día supimos que el clima sería nuestro primer obstáculo a vencer. Salir a buscar empleo en esas condiciones eran tan desmoralizador como ineficaz. Al abandonar la casa de mi primo, rumbo al centro, alrededor de las 10.00, nos sorprendimos de ver charcos escarchados en el callejón, el césped congelado frente a las casas y un sol pálido fracasando en su intento de calentar este rincón de la tierra. Y lo mejor de todo, era que este apenas era el otoño. El invierno distaba a varias semanas de llegar. El panorama perfecto de Ned Stark.

Mi recomendación para los futuros viajeros sería que evitaran desplazarse durante los meses de otoño e invierno, es decir, entre abril y septiembre. Es cuando la temperatura más inclemente se mostrará. La época ideal es entre primavera y verano -de septiembre a marzo. Si no les queda otra que viajar durante las estaciones más frías del año, es importante conseguir rápidamente, o traer de antemano, vestimenta polar, es decir, que esté recubierta internamente de tela polar, que es sumamente eficaz para mantener el calor corporal. Uno o dos polerones térmicos, bufandas gruesas, pasamontañas de lana, guantes, calcetines gruesos y ropa interior térmica son prendas indispensables. Las botas y zapatos cerrados son la mejor opción. Nada de Converse o calzado de tela. Los pies son los primeros en sufrir con el clima. Unos pies helados son un castigo difícil de imaginar viniendo de un país tropical.

Algo importante a considerar es durante esta época es común usar de tres a cuatro capas de ropa. Entre la ropa interior y la ropa usual se debe utilizar una capa de ropa térmica. Una calza ajustada y una polera térmica manga larga garantizan un abrigo durante el día. Y también durante la noche. En este punto cuento, con algo de vergüenza, que llegué a utilizar el único conjunto de ropa térmica que pude pagarme durante esos primeros días hasta siete días seguidos. Día y noche. Solo me la quitaba para ducharme. Por supuesto, no emitía ninguna pestilencia -hasta cierta distancia- pero solo sintiendo el frío que llegué a sentir podrían entenderme.

Para nosotros, los tropicales, para quienes la ducha representa un momento refrescante del día a día, es raro pensar que alguien pueda pasar varios días sin bañarse. Pero es así. Sí ocurre. Sobre todo cuando el agua caliente es limitada, o se acaba el gas a la mitad del baño. Yo llegué a pasar varios días así. Sí, lo admito. Y conocí a una señora que se enorgullecía de declararnos que llevaba una semana sin bañarse. Si bien antes podíamos haber salido corriendo de su presencia, no pudimos más que entenderla y compadecerla entonces. Todo lo relacionado con el trato con agua se vuelve una pesadilla. Desde lavarse los dientes hasta lavar los platos sucios. Y si hay un momento que pone a prueba el temple de cualquier inmigrante recién llegado, es el momento de posar las nalgas sobre ese bloque de hielo al que solíamos llamar poceta. Durante todo el invierno, ese es el acto más temido del día.

Para dormir, es importante usar un edredón grueso más uno o dos cobertores térmicos. Además, una colcha para calentar los pies. El uso de la estufa es algo nuevo para uno también. Este aparatito, tan extraño al principio, se convierte en nuestro mejor amigo. Rápidamente, la necesidad hace que la estufa se vuelva tan familiar como lo fue alguna vez el budare y el rastrillo.

Durante mis primeros noventa días, me dio tiempo de adaptarme a la nueva realidad meteorológica. Actualmente, un día de 12º es un buen día. Estar pendiente del reporte del tiempo es un hábito diario. Solo así uno sabe si salir o no con paraguas, porque mojarse con la lluvia definitivamente no es una opción; si llevar un polerón, porque andar con los brazos descubiertos en una tarde venteada es de lo peor; si es posible salir con la cabeza descubierta o tapado hasta las orejas con una bufanda. Es una realidad tan conocida y a la vez tan exótica, que uno no puede sino sonreír con indulgencia cuando todos hablan con terror de un verano próximo que promete 30º.

Continuaré próximamente con un punto más importante: la búsqueda de empleo.

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domingo, 9 de julio de 2017

A propósito de la Promo XXII de la UECAVB

Una de mis metas no logradas aún como profesor es asistir al acto de grado de un grupo de bachilleres recién salidos del horno académico. Es curioso que en estos frescos y rozagantes cuatro años de ejercicio docente no haya tenido la oportunidad. Aproximándose la fecha de graduación de un grupo de estudiantes muy especial, no puedo evitar recalentar este pensamiento servido en anteriores ocasiones, y que me carcome un poco la conciencia. Me refiero, claro está, a los bachilleres de la Promoción XXII de la Unidad Educativa Coronel (B) Adolfo Valbuena Bravo, que por estos nacientes días de julio aspiran por primera vez las brisas de la libertad educativa.

Libertad ¿en qué sentido? No me refiero a la libertad de quien ha estado oprimido por mucho tiempo por las exigencias escolares, aunque algunos así lo conciban. Hablo de la libertad de elección que lamentablemente nuestro sistema educativo niega a quienes transitan por las aulas de Venezuela. La libertad de seguir un camino propio, descubriendo cualidades, explotando virtudes, curando dificultades. Aprender es un placer; “ver clases”, no tanto. Y vaya que pueden llegar a distanciarse estos conceptos. Es para mí una pena ver como avanza el siglo XXI y nuestra educación sigue atascada en la fase mecanicista e industrializada que marcó el inicio de la educación moderna, por allá en el siglo XIX. Es para mí una pena haber sido formado y luego seguir formando al más puro estilo Henry Ford, como en una cadena de producción, manipulando un producto que debe ser entregado puntualmente a la sociedad, con alguno que otro sobresaliente, un inevitable grupo de insuficientes, y una vastedad de seres a medio formar.

Pero no todo está perdido. Somos sobrevivientes. Nuestros agudos sentidos juveniles, nuestra sangre caliente del trópico y nuestro eterno anhelo de libertad sobreviven a la factoría educativa, y se vuelven tierra fértil para sembrar un presente más notable, más puro, más humano. Aquí tienen frente a ustedes la libertad de elegir su propio camino. Caminante no hay camino, se hace camino al andar, dijo el poeta Antonio  Machado. Es ahora cuando comienzan realmente a caminar. Se acabó el prólogo. Ya tienen una maleta llena de instrumentos y herramientas. Elijan una senda, con el corazón en la mano, y síganla. Sigan a su artista interior, a su deportista interior, a su científico interior. Pero siempre con sinceridad y humildad. Nada de complacer las necesidades de otros, ni siquiera de sus padres. Si realmente sembraron algo en esas cabezas suyas durante todos estos años de educación, entonces ellos podrán estar tranquilos de que sus hijos elegirán por su propia cuenta una carrera adecuada a sus capacidades y deseos. Vayan, muchachos míos, vayan y siéntense a estudiar bajo la sombra del árbol que más quieran. Vayan a demostrar que su voz merece ser escuchada.

Sé que todos ustedes tienen algo que decir. Desde el más tímido hasta el más salido. Cuarenta nombres, ignorados por el mundo, aparecen hoy como menudas lucecitas en medio de un caos constelado. Brillen fuerte, tanto que la claridad de sus acciones lleguen hasta mis días en los confines australes de la tierra. Quiero escuchar sus voces, afinadas por las olas del mar, el aliento de la sierra y el temblor de la tierra viva. Quiero que esos cuarenta nombres representen una idea elevada, y que no solo sean significante hueco y vacío, sino significado perdurable y trascendente. Porque tengo fe de que así será. Yo creo en ustedes.

Y no es una fe injustificada. Tengo basamento y marco teórico. Yo los vi muchas mañanas, en momentos de alegría, y en tiempos de gran angustia. Yo escuché, desde mi escritorio, haciendo como que no los oía, sus penas y sus victorias. Supe de sus desvelos y sus regocijos. Vi de cerca la soledad de algunos y la camaradería de otros. En tantos amaneceres compartí su sufrimiento, su hastío y su anhelo. Yo leí las exquisiteces textuales de unos cuantos y me reí tantas tardes con los intentos apurados de quienes trataban de encontrar la relación entre cuervos, cisnes y ruiseñores. Por mí pasó su manera de pensar, como la criba de un buscador de pepitas de oro. Desde mi mesa notaba su interés, o la falta del mismo, contemplaba sus sueños, y su sueño también –sí, lo digo por ti, el que llevó en una ocasión una almohada al salón-. Todo eso que ocasionó regaños y reproches, se convertirá tarde o temprano en memorias de travesuras infantiles, para compartir en una madrugada estrellada años después. Yo vi como descubrían los primeros pasos de la madurez, enamorándose, odiándose, afianzando amistades y rompiendo lazos. Porque la vida es así, llena de toda clase de sabores y olores. Qué amarga sería una eterna existencia llena de solo gozo. ¿Cómo podríamos reconocer el día si lo noche no existiera? Todos los libros que leímos y leyeron apuntan siempre a esa sola idea, a esa simple línea que nos hace humanos: venimos a este mundo a degustar la única vida que se nos regaló, antes de que llegue el implacable ocaso y nos lleve a la noche eterna. Yo vi en sus ojos, en los ojos de quienes levantaron la mirada hacia mis clases, gradaba en fuego en esa idea, profundamente, en su alma.

Ahora son bachilleres. Hojas nuevas para la primavera de un árbol que florece en medio de la más cruda tempestad que Venezuela haya vivido. Sean libres de elegir el papel que desempeñarán en esta vida que se les ha concedido. Elijan sabiamente y con honestidad, y fácilmente alcanzarán esas metas que se planteen, sabiendo siempre que lo importante no es llegar a la meta, sino como lleguen a ella.

Sobrevivieron, muchachos. Sobrevivieron al prólogo. A la parte más fácil. Agarren fuerte todo lo que aprendieron, y a vivir. Adelante, adelante siempre. Dios está con ustedes, sus profesores están con ustedes, sus padres están con ustedes. ¿Quién dijo miedo? Me despido afectuosamente de ustedes, Promo XXII:


1.      Álvarez, César
2.      Araujo, Fanny
3.      Ávila, Wilderman
4.      Barón, Edilber
5.      Casadiego, Vicente
6.      Castillo, Ross
7.      Castillo, Wilzon
8.      Colina, Andrea
9.      Da Silva, Sergio
10.  Delgado, Nurielys
11.  Fajardo, Arianna
12.  Faría, Rubén
13.  Flores, Carla
14.  González, Lorney
15.  Hernández, Mariana
16.  Hernández, Salomé
17.  Lara, Daniel
18.  Lobo, María
19.  Maestu, Harrison
20.  Manrique, Leonardo
21.  Medina, Jorghelis
22.  Mendoza, Geison
23.  Mendoza, Orlando
24.  Mota, Rosmaliberg
25.  Ontiveros, Kevin
26.  Patiño, Ángel
27.  Pereira, Abdy
28.  Pérez, Andrea
29.  Pérez, Berenice
30.  Pérez, Jesús
31.  Pérez, Karelis
32.  Rea, Desiree
33.  Rojas, María
34.  Ruiz, Daniel
35.  Sarmiento, José
36.  Torrealba, Gabriela
37.  Torrealba, Roxana
38.  Tusa, Paola
39.  Vásquez, Michelle
40.  Zorrilla, María


…hasta la próxima clase.